En un país musicalmente culto, optar por ser solista o parte de un grupo no tiene importancia futura, pues lo mismo se funciona de uno en uno que de cuatro en cuatro. Sin embargo, cuando lo que impera es lo intrascendente, el solista lo tiene complicado (salvo triunfitos y similares especies abisales) porque no encaja en los circuitos más generosos y rentables, como las fiestas, donde el dinero público se racionaliza, en la mayoría de los casos, torpemente y con escaso conocimiento de la escena musical. Situación que conlleva que el invitado de esta página, el autor de uno de los mejores discos de los últimos años, no cuente con ninguna actuación en el periodo estival.

Xabi San Sebastián nace en el 67 en una barriada popular en Ondarreta, delante de la playa y donde estaba la antigua cárcel, espacio que hoy son villas. Con 15 años percibe cómo la gente y las chicas se acercan para ver tocar a colegas suyos que tienen una guitarra y un poco de desparpajo. Recuerda, entonces, que encima de un armario de casa pernocta desde hace muchos años una guitarra acústica que su madre le había regalado a su padre en la etapa de noviazgo. Ya en casa, y no sin misterio, baja de las alturas el instrumento y comienza a salsear por su cuenta. Agotadas sus posibilidades, unos años más tarde toma clases de Alberto Lizarralde y se traslada a Madrid por espacio de tres años para continuar con el aprendizaje.

Pasados los meses, comienza a tener claro que desea regresar a Donostia y tocar en una banda de verbenas, pues, en fiestas, siempre se quedaba absorto mirando a los guitarristas.

Una amiga suya conoce a Aitor Amezaga (hijo del escritor Elías Amezaga y hermano de los Amezaga de Discos Suicidas), entonces teclista de Akelarre. Xabi les expresa su deseo de querer tocar si surge la ocasión. Poco después, Akelarre busca vocalista. Xabi no ha cantado nunca y no se ve muy cómodo dando la cara. No obstante, se anima y acude a la prueba. Finalmente Akelarre optan por Patrice Dumora, pero, por fortuna, Izotz le llama al poco tiempo para que cante con ellos. Acepta y recorre con ellos Euskal Herria durante ocho años. En 1988, Alboka le ofrece la oportunidad de expandirse como músico. «Pasé de tocar en la calle a pleno volumen, para gente de fiesta, que, a veces, no te hace demasiado caso, a cantar a capella en un teatro ante cientos de personas que no te quitan ojo y se quedan con todos tus gestos o ruiditos. Pasé de lo eléctrico a lo acústico, del volumen a aprender a manejar la dinámica; de los pueblos de Euskal Herria a viajar un poco por Europa y el mundo. Pero lo que soy ahora tiene partes iguales de todas estas experiencias», matiza. Con Alboka graba tres discos y se mantiene hasta 2005. También fue la voz de los conciertos presentación del disco «Maren», de Kepa Junkera, en 2001. Durante varios años canta y musica bertsos en el programa Hitzetik Hortzera de ETB y en 2005 es uno de los protagonistas «Euskal Kanturik Onena» (ETB-1), donde destaca por la dignidad de sus versiones. Previamente, en 2004, ve la luz «Orai» (No-Cd Records), su primer disco y donde ofrece una visión renovada y cromática de la música tradicional vasca. Espléndido disco que se prolonga en la actualidad con «Ospela», aún más sugerente.

En 2005, participa en «Euskal Kanturik Onena», donde se versionean decenas de canciones. ¿Sacó alguna conclusión como músico?

Por un lado, me di cuenta de lo buenas que eran muchas canciones que, por ser tan conocidas, cantadas y manoseadas, habían dejado de sorprenderme. Pero cuando me puse a trabajarlas para cantarlas en el programa y más tarde para prepararlas para la banda de directo, tuve claro que daban mucho jugo, que absorbían arreglos con naturalidad, que se podía improvisar... También descubrí el gancho que tiene la nostalgia en nuestro país. A veces parece que culturalmente Euskal Herria todavía vive de los restos de aquel primer Big Bang de la llamada transición.

Posee una larga experiencia como músico creativo, pero también como experto en versiones. ¿Le cuesta saber quién es?

Tengo que confesar que me lo he pasado bien, he disfrutado con todos los proyectos y movidas en las que he participado. A mí no me interesa saber quién soy; soy y punto (y seguido). Quizá al que le cueste adivinar quién soy sea al público. Al mercado no le gustan las libertades.

¿Rechaza canciones suyas por parecerse a un determinado solista o grupo? ¿Fue parte de la lucha de este disco?

Cuando compongo y arreglo, lo que intento es que me emocionen o me digan algo; no conozco otro método. Los filtros que uso son más intuitivos que racionales. Sí, claro, ha habido momentos en mi carrera en los que me he jamado el tarro con parecidos que veía entre partes de mis composiciones y otras cosas que recordaba, pero cuando preguntaba a mi alrededor, nadie notaba nada. La primera canción del disco a mí, y a más gente, nos recuerda a Ruper, y me parece cojonudo.

Cuenta con una biografía rica y dinámica. Ha tocado con Alasdair Fraser, Natalie Haas... ¿Se siente desaprovechado aquí?

He disfrutado en todos los grupos en los que he estado y he tardado, sí, en lanzarme a liderar proyectos con mi nombre. Me daba bastante miedo, o pereza, dar la cara, poner un nombre, una imagen. Se creaban conflictos entre el anarquista que llevo dentro y los intríngulis del mercado.

¿Cómo surge un tema tan directo como «Atzo naiz»?

En ocasiones me decanto por lo complicado, pero otras veces opto por lo sencillo: tres o cuatro acordes normalitos y adelante. Y a veces funciona, porque así salió «Atzo naiz», de una tacada y casi sin filtros. Las canciones más pop del disco son anteriores a las brumosas, que vinieron después, y me gustó la combinación. Mis jamadas de tarro giran alrededor de la homogeneidad, me gustan muchas cosas. Pero creo que hemos conseguido un ambiente coherente... Nubes y claros.