Una anciana, a la búsqueda de su senda de los elefantes
«La caja de Pandora»
Contra todo pronóstico, el drama familiar turco «La caja de Pandora» fue el gran vencedor de la pasada edición del Donostia Zinemaldia, al hacerse con la Concha de Oro a la Mejor Película y la Concha de Plata a la Mejor Actriz para la nonagenaria Tsilla Chelton. Reconocimientos que parecen inscribirse dentro del actual proceso cultural para la europeización de Turquía, cuyo cine interesa cada vez más en los principales festivales internacionales.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
De repente Europa se interesa por el cine turco, del que no teníamos noticia desde los tiempos de Yilmaz Güney y su lucha personal contra la represión política. Ahora parece que ha surgido un nuevo cine de autor en Estambul alrededor de la figura de Nuri Bilge Ceylan, del que la próxima semana se estrena su nueva realización «Tres monos». Es un cine hecho para los festivales internacionales, en los que encuentra su salida al exterior. Y dentro de ese contexto exportable está también la realizadora Yesim Ustaoglu, que con su doble triunfo en Donostia se ha hecho un sitio de cara a la distribución. No sabría decir hasta qué punto el espectador se deja influir por los premios a la hora de ir a ver a una sala comercial películas como «La caja de Pandora», pero creo que para el público este tipo de dramas festivaleros constituyen un género más, por mucho que la crítica los quiera mantener al margen de esos convencionalismos.
«La caja de Pandora» responde a todos y cada uno de los tópicos identificables en el drama de autor, ya que describe una problemática familiar alargando las secuencias e incurriendo en la consabida renuncia a la elipsis, acompañada de la reiteración de situaciones. Si el método narrativo no es nada original, lo es menos aún su temática, al utilizar una vez más el Alzheimer como metáfora de la pérdida de la memoria de todo un país, por cuanto Turquía es una sociedad puente entre Oriente y Occidente inmersa en un proceso de europeización a costa de perder o renunciar a parte de sus tradiciones musulmanas. Además, ese final poético en el que la anciana protagonista regresa a su montaña para morir es calcado del que el maestro japonés Shohei Imamura empleó en «La balada de Narayama». En cuanto al desarrollo argumental en sí, es de sobra sabido que el esquema de familia rota reunida en torno a la enfermedad o la muerte del padre o la madre viene siendo explotado de forma sistemática. Cuando se recuerda que la victoria en el palmarés donostiarra de «La caja de Pandora» fue una sorpresa, tal vez se refieran a que las películas de Hirokazu Kore-eda y Michael Winterbottom eran mucho mejores y, por tanto, merecedoras de hacerse con la Concha de Oro. En cambio, el premio a la Mejor Actriz para la nonagenaria Tsilla Chelton sí fue del todo merecido y es a lo que en buena lógica podía aspirar esta mediana cinta turca. Resulta increíble que a sus noventa años aceptara desplazarse tan lejos de su hogar belga para rodar una película en turco, teniendo que aprender lo básico para decir sus frases con el acento nativo. Destaca por encima del resto del reparto, de acuerdo con el rol que le corresponde de desencadenante de los acontecimientos, tal como queda expresado en el título, pues ella es quien destapa la caja de los truenos, aunque lo haga involuntariamente.
La abuela a la que encarna Tsilla Chelton en la «Caja de Pandora» responde al tan comentado perfil del salto generacional, en la medida en que únicamente consigue entenderse con su nieto, por ser el que se muestra más cercano a ella de toda la familia. Para el resto es un estorbo, seguramente porque sus hijos fueron los que sufrieron la ruptura del matrimonio, debiendo de instalarse por su cuenta sin demasiado éxito. Ni a la casada, ni a la soltera, ni tampoco al marginal, les va bien.
El domingo 21 Tsilla Chelton cumplirá 91 años, lo que supone que, cuando rodó «La caja de Pandora» en Turquía, rondaba los 90. Lejos de pensar en retirarse sigue trabajando con la ilusión de una joven que acaba de empezar, aceptando incluso retos físicos como es trabajar en el extranjero y en otro idioma.
Su arrolladora fuerza interpretativa sigue impresionando, sin que su corta estatura nunca haya sido un obstáculo para imponerse sobre los escenarios y en las filmaciones. Esta venerable parisina que vive en Bélgica se especializó desde sus comienzos en el repertorio de Eugene Ionesco, por lo que su formación pertenece al teatro del absurdo.
Pasó al cine al inicio de la década de los 60, cuando se fijó en ella el director de comedia Yves Robert. Fue una habitual de sus repartos a partir de la exitosa «La guerra de los botones», hasta llegar a colaborar con el cómico Pierre Richard en «El distraído». Pero si algo le deben el teatro y el cine francófonos es haber sido la profesora de toda una escuela de interpretación en torno a la formación del grupo Le Splendid, del que salieron los hoy encumbrados Gérard Jugnot, Christian Clavier, Josiane Balasko, Michel Blanc, Thierry Lhermitte o Marie-Anne Chazel. A ella, en cambio, el reconocimiento le iba a llegar más tarde, cuando el provocador Étienne Chatiliez la convirtió en la genial Tatie Danielle de «¿Qué hacemos con la abuela?», tan aparentemente inofensiva como de verdad peligrosa.M.I.