Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Historias olvidadas en cajones
Algunas historias jamás llegan a ser contadas para el cine. Tras el esfuerzo de un guionista, que vaya a usted a saber cuánto tiempo ha invertido en su trabajo, todo puede quedar en saco roto. Es difícil saber cómo un guión acaba por convertirse en película (de éxito incluso). Se me ocurren varios caminos y los ecos de «El juego de Hollywood» resuenan cada vez que pienso en todo esto. Talento desperdiciado, productores codiciosos y mediocres, guionistas de medio pelo, guionistas brillantes pero sin futuro alguno... Las fórmulas de éxito que la fábrica de sueños reproduce para la gran pantalla suelen funcionar, se renuevan algo los géneros, se hibridan, nuevos talentos ante la cámara, finales felices pero con sabor agridulce. Así que poco queda para la innovación y el talento. Los cajones de las productoras guardan más de un tesoro que puede que jamás se convierta en celuloide, tantos y tantos proyectos de películas se quedan en el camino y, en cambio, soeces de las grandes acaban colapsando la distribución y la exhibición. Así es la vida, así es el cine.
Entre esos proyectos olvidaos y «malditos» que jamás han acabado convirtiéndose en un filme está el estandarte de Terry Gilliam. El director de «Doce monos» parece que de nuevo pondrá en marcha «The man who killed Don Quijote» tras pasarse unos cuantos años luchando por recuperar los derechos de su película, que estaban en manos de las compañías aseguradoras (el rodaje en las Bardenas fue una ruina, Jean Rochefort acabó con hernia discal, redujeron el presupuesto en 7 millones de euros...). A ver si tiene tanta suerte en su nueva odisea, tanta como la que ha tenido Sefanie Meyer con la saga Crepúsculo. Porque su novela, mucho antes de que el «New York Times» la encumbrara y de que estuviera lista en imprenta, ya había pasado por las manos del productor Greg Mooradian y este la llevó a la Paramount, que adquirió sus derechos en el 2004. Pero ahí se quedó, como muchas otras historias, hasta que una pequeña productora en busca de proyectos potenciales, Summit Entertaiment, se hizo con los derechos dos años más tarde. El resto es una historia de éxito, muy al estilo de Hollywood, pero capitaneada por una directora singular: Catherine Hardwicke («Thirteen», «Los amos del dogtown»), que ha conseguido filmar una película de amor adolescente sin alejarse demasiado del libro de Meyer. Un éxito comercial que, sin duda, ha resultado, a pesar de haber estado perdido en el cajón de una mesa de despacho.