Anjel Ordóñez Periodista
No me cuentes cuentos, Pinocho
Al ministro se le ha roto el ábaco y por las noches recibe clases de Aritmética Aplicada, con lo más avanzado en métodos de nemotecnia. «Seis más tres, cuatro, Margarita tiene un gato. Cuatro y ocho, nueve, si lo tocas no se mueve», recita sin descanso, muerto de sueño. Por lo que se ve, no avanza mucho, la verdad. Pero yo no creo que el problema del ministro sea matemático. Qué va. Puede que, con la edad, haya empezado a perder la memoria, ahora no recuerde dónde ha puesto los votos que no aparecen y el día menos pensado, cuando ande buscando el mechero, los encuentre. Ya verán ustedes que alegrón. O puede que, como merendaba mientras las contaba, haya pringado las papeletas de chocolate o chorizo pamplona y se hayan convertido en nulas, que todo puede ser. O que haya aparecido de repente el gordo gato de Margarita, las haya empujado con la cola a un cubo de lejía y se hayan quedado virginalmente blancas, ¿a quién no le ha pasado alguna vez? O que el fantasma de las bragas verdes las haya utilizado para vaya usted a saber qué cosas, esas cosas que acostumbran a hacer los fantasmas con los votos.
Todo esto de los sufragios perdidos, matarile rile rile, si no fuera por su trascendencia, podría parecer una simple travesura infantil, a juzgar por las pueriles -cuando no nulas- explicaciones del Ministerio. Pero ocurre que no hablamos de un cristal roto por la pelota de un niño díscolo, sino de un pucherazo electoral en toda regla. No es el tesoro de Alí Babá y los cuarenta ladrones, sino la voz y la dignidad de una parte importante de este pueblo lo que ha desaparecido entre los dedos del ministro prestidigitador. Y eso de pueril no tiene nada.
No sé si la salida será la insumisión, la independencia o la apostasía, pero no podemos perder ni un minuto más escuchando los cuentos de esta gente. ¡Qué hace falta para que, en bloque y sin fisuras, repudiemos a ese Estado de gañanes y cuatreros, de estafadores y bandidos! Y digo Estado, que no pueblo. Porque el pueblo español, una buena parte al menos, ha demostrado que entiende perfectamente qué es solidaridad.