Consejo europeo en Bruselas
Como siempre, discursos tan grandilocuentes como vacíos
Josu JUARISTI
En un gesto absolutamente inusual, José Manuel Durao Barroso remitió una carta a los jefes de Estado y de Gobierno de la UE la víspera del Consejo Europeo de Bruselas. En la carta, fechada el miércoles y de apenas dos folios de extensión, Barroso presenta sus objetivos para los próximos cinco años y solicita un segundo mandato a los Veintisiete. Lo que Barroso ha hecho es, básicamente, calcar la hoja de ruta trazada por Merkel y Sarkozy en un artículo conjunto que publicaron en varios periódicos franceses y alemanes el 31 de mayo pasado bajo el titular «Para una Europa protectora». Y vestirla con grandes conceptos, muy al estilo comunitario. Pero esa grandilocuencia es tan pomposa como vacía. Pensar ahora que Barroso es el político pragmático que aspira a reanimar la paralizada Unión Europea es una estupidez, pero así es como será presentado hoy por muchos medios. Lo cierto es que Durao Barroso, además de ser el mismo que se fotografió en las Azores con Bush, Blair y Aznar en el momento en que anunciaban la invasión de Irak, fue una opción de compromiso forzada por la negativa británica a aceptar al candidato propuesto por el Estado francés y Alemania, que no era otro que el entonces primer ministro belga Guy Verhofstadt. Probablemente condicionado por ello, Barroso ha llevado a la Comisión en la dirección que le marcaban los grandes estados (por mucho que ahora se presente a sí mismo como el adalid del interés general), y eso se ha reflejado, especialmente, en cuatro áreas:
1.- El balance interinstitucional: la pérdida de importancia estratégica que la Comisión padece desde 1990 se ha agravado en estos últimos cinco años; y la falta de liderazgo político interno y externo de Barroso ha sido más que evidente tanto en la crisis institucional (Tratado constitucional, Tratado de Lisboa y los consiguientes referendos fallidos) como en la crisis económica global.
2.- Balance de poder y de intereses entre los estados grandes y pequeños: la Comisión Europea ha perdido legitimidad y credibilidad por el doble rasero que el equipo Barroso ha aplicado para grandes (más laxo) y para pequeños (mucho más estricto y exigente), por ejemplo, cuando exigía la implementación de la Estrategia de Lisboa, estrategia basada en tres pilares (económica, social y medioambiental) que fue fijada en el año 2000 en Consejo Europeo «para hacer de la Unión Europea la economía más competitiva del mundo y alcanzar el pleno empleo antes de 2010». Este ámbito está, además, directamente ligado con el referido a la capacidad de la Comisión de imponer y salvaguardar los requisitos del acervo comunitario y de los criterios acordados, por ejemplo, para el mercado interior o el acceso al euro: con los grandes siempre se ha mostrado mucho más permisivo.
3.- Cohesión interna: ha brillado, muchas veces, por su ausencia. El colegio de comisarios, en no pocas ocasiones, ha sido un autentico gallinero, de ahí que no extrañe que varios de ellos se hayan largado antes de tiempo para participar en las elecciones europeas. La colegiabilidad de la Comisión ha quedado en entredicho en demasiadas ocasiones. Además, no ha pintado nada en las recientes concesiones a Dublín para que pueda convocar una segunda consulta, una de las cuales se carga el consenso alcanzado en el Tratado de Lisboa sobre el tamaño de la Comisión Europea.
4.- Su futura eficacia: la Comisión funciona peor cuantos más miembros, porque su cohesión es menor y es más permeable a los intereses estatales. Además, Durao Barroso no tiene perfil ni peso político para marcar el paso a los estados o al Parlamento. La Comisión ha perdido iniciativa legislativa bajo su mandato (sobre todo, en el ámbito social); su capacidad de influencia ha disminuido notablemente, y hoy es una institución débil. Quizás precisamente por ello vayan a concederle un segundo mandato, a él y, seguramente, a otros doce comisarios.