Nicolás Xamardo González Profesor de la UPV/EHU
¡Pobres de nosotros, pero también de ustedes!
Qué, sino esto (ser fiel a sus orígenes), es lo que hace Alfonso cuando señala al Estado español una salida justa al conflicto que vive Euskal Herria, tal y como hacía Esquilo en «La Orestíada», cuando proponía finalizar con la cadena de venganzas, alimentada por las diosas del odio, las erinias, mediante una nueva ley, gracias al voto de calidad de la diosa de la sabiduría, Palas Atenea
Después de oír, escuchar y leer tal sarta de calumnias, villanías, insultos y falsedades contra Alfonso Sastre, he de decir que, si cabe, con ellas reafirmaron mis convicciones, sintiendo que un abismo me separa de ese Estado, de esos que se dicen sus representantes y de esos medios de comunicación de masas que, con una información tergiversada, jalean a los políticos y luego amplifican sus ultrajes.
Aparentemente, dos eran las líneas de ataque a Alfonso: El PP, en su estilo cunetero, acumulaba insulto sobre insulto, sin siquiera haber leído el artículo. Mostrando un total desprecio por un referente intelectual de la talla de Alfonso. El PSOE, por su parte, trataba de presentar a un Alfonso Sastre esquizofrénico, aparentando no entender cómo un escritor de su prestigio puede liderar proyectos como II-SP y escribir cosas como las de su último artículo en GARA. No quieren admitir que, justamente, ahí radica la grandeza y la coherencia de un intelectual como Sastre.
Y digo aparentemente, porque quienes, de verdad, marcan los grandes ejes de la política española son los herederos de Franco. Tengamos presente que, al no haberse producido ruptura con el franquismo, tanto el PSOE como el PC han quedado hipotecados por la llamada reforma democrática; subordinados a los herederos del dictador y convertidos en seguidores, más o menos convencidos, de sus planteamientos. Y es que el régimen, para perpetuarse, necesitaba cambiar las formas, y para vestirse de demócrata precisaba la figura, virtual, de la oposición; papel que viene desempeñando el PSOE desde entonces. Veamos, si no, el GAL, los llamados pactos antiterroristas, la Ley de Partidos, etcétera. Recordemos, por ejemplo, en el último proceso de negociación, cómo el propio PP llegó a afirmar que con su política de acoso y derribo terminarían por condicionarlo, como así sucedió.
En relación a la frase que provocó las iras de los actuales inquisidores españoles, hemos de conceder, bien es cierto, como decía un pensador, que la sociedad actual no es especialmente receptiva a las grandes cuestiones éticas y que los clásicos -y Alfonso Sastre ya lo es- no están de moda, y menos entre los políticos... Pero no es menos cierto que, tal y como la candidatura, II-SP, que él encabezaba, nos acaba de indicar, sigue habiendo muchas personas a quienes estas cuestiones interesan y muchas otras a las que llegar con las mismas.
Situemos, entonces, las declaraciones de este dramaturgo en el ámbito que le es propio, el de las relaciones complejas entre política y teatro. Sabida es, desde sus orígenes, la relación dialéctica de ambos y su estrecha vinculación con las grandes tensiones, movimientos y conflictos que atraviesan el Estado en su larga y compleja andadura, desde su aparición a la actualidad. Recordemos, también, la función catártica que Aristóteles asignaba al teatro; es decir, el papel educativo y transformador del alma humana que éste viene desempeñando desde la Grecia clásica. En este sentido, el autor teatral presentaba las grandes cuestiones (coraje, angustia, justicia, decisión, venganza, confianza, odio, arbitrariedad y crueldad del poder...) de la subjetividad a través de la representación, señalando, mediante situaciones trágicas, qué se debería o no hacer ante cada una de ellas y advirtiendo de las funestas consecuencias en caso de no actuar así. Y esta función originaria debería seguir determinando el papel de los intelectuales en su relaciones siempre complejas con el Estado, cada uno desde el ámbito de pensamiento y creación que le es propio, y no la de meros comparsas del poder, por su condición de estómagos agradecidos, tal y como sucede con la inmensa mayoría de la intelectualidad española en la actualidad.
Qué, sino esto (ser fiel a sus orígenes), es lo que hace Alfonso cuando señala al Estado español una salida justa al conflicto que vive Euskal Herria («¿Es verdad, en fin, que ustedes no se han dado cuenta todavía de que la solución de este conflicto, que tantos dolores acarrea, está en la posibilidad de una negociación?»), tal y como hacía Esquilo en «La Orestíada», cuando proponía finalizar con la cadena de venganzas alimentada por las diosas del odio, las erinias, mediante una nueva ley, gracias al voto de calidad de la diosa de la sabiduría, Palas Atenea.
¿Tan ciegos están que no son capaces de comprender el significado profundo, por verdadero, del pensamiento que titula este artículo? La frase, que los servidores del Estado han tomado como amenaza, condensa la enseñanza que Alfonso, cual Sófocles de nuestros días, extrae del conflicto: cuando una ley es injusta, como en «Antígona» dar sepultura a los rebeldes, lo que se castigaba con la muerte, y alguien no la acepta, como hace la protagonista, la intransigencia, la cerrazón del poder (Creonte la condena a muerte por enterrar a su hermano y, por más que le piden y advierten de sus desastrosas consecuencias, no modifica la sentencia hasta que ya es demasiado tarde), provocará el desastre: muerte de la rebelde, Antígona; pero muerte también del hijo de Creonte, Hemón, y de su madre, Eurídice. Y Alfonso, cual adivino Tiresias, anticipándose, anuncia al Estado los tristes acontecimientos que se avecinan en caso de persistir en su intransigencia, con el deseo de que no llegue el momento en que el Coro dice al Poder: «¡Qué tarde vienes a entender lo que es justicia!».
O, en fin, ¿cómo entender los sufrimientos del pueblo tebano y el castigo terrible que sufrió su rey, Edipo, por haber cometido un crimen que terminó por contaminar todo su reino, sino en el sentido que da Alfonso Sastre a su premonición trágica: «¡Pobres de nosotros, pero también de ustedes!»?