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Mi balcón ya no es mío

 

Mertxe AIZPURUA

Creía que las ventanas y el balcón de mi casa me pertenecían. Como el tenderete, las pinzas de colgar la ropa o el termómetro que nunca miro. Ventanas, balcones y terrazas son una prolongación de la vida interior y de cada uno depende si quiere sacar a la fachada su pasión por Brasil o el Athletic, la protesta contra el ruido de la autopista o la querencia particular hacia geranios y petunias. De cría flipaba con un balcón cercano del que asomaba un grotesco y desubicado cactus gigante como sólo había visto en los dibujos del correcaminos y el coyote. Desde entonces me han llamado la atención los balcones, esos elementos arquitectónicos que son, en pura esencia, espacios indiscretos para dejarse ver, cotillear o espiar. Tribunas callejeras que lo mismo aparcan la bici y la bombona de butano que gritan contra la guerra de Irak o cobijan una planta de marihuana. Todo es posible en un balcón y, en menor medida, todo cabe colgado en una ventana. Desde la foto de Michael Jackson hasta la bandera de la república, si usted quiere. Todo menos la fotografía de un preso vasco. La autoridad prohíbe estas imágenes en ventanas y balcones, igual que los censores cercenaron la cinta de Ama Lur hace más de cuarenta años. La Policía distribuye las fotos de detenidos, las envía, las publican los medios, pero el rostro de esa misma foto no puede ser mostrado en mi fachada. ¿Si pido en comisaría un cartel de los más buscados y ya detenidos, selecciono una de esas fotos y, sin texto que la acompañe, la coloco en mi balcón, también me harán retirarla? La democracia es una convención social, Europa es una cárcel y mi balcón ya no me pertenece. Voy a buscar una foto de George Clooney de joven, en blanco y negro. Escribiré en letras de imprenta «Etxean nahi zaitut», la colocaré en la ventana y a ver qué pasa.

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