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Sanfermines, fiesta y escaparate

A las doce del mediodía, en el mismo momento en que estalle hoy el chupinazo, Iruñea hará lo propio para convertirse en una fiesta en toda la extensión del término. Diversión en estado puro, cultura, tradición, reivindicación, transgresión... serán elementos que definirán la constante de los nueve días de las fiestas de San Fermín en la ciudad por excelencia de Euskal Herria. Una de las fiestas de más renombre internacional, a lo que Ernest Hemingway, quien será recordado en el 50º aniversario de su última visita a las fiestas, contribuyó notablemente. Ése, el de la proyección exterior, es el aspecto que más, o únicamente, parece preocupar a las autoridades locales, a juzgar por la dinámica que el Consistorio está imprimiendo los últimos años con el fin de presentar un escaparate desnaturalizado pero con evidente afán político.

Por eso resulta irrisorio, aunque triste, el argumento de la «despolitización» de las fiestas, es decir, el despojo de sus señas de identidad y, por tanto, de las de la propia ciudad; marginación de los sectores populares, precisamente depositarios de esas señas y tradiciones que pretenden disolver en «la españolidad» de Iruñea, en una dinámica que trasciende las fiestas y se reproduce una y otra vez en prohibiciones de Olentzeros y otras manifestaciones culturales o de iniciativas vecinales; una dinámica de negación de cualquier necesidad o reclamación cuya satisfacción conlleve la participación popular; en definitiva, de recorte de la vida social y cultura. En estos Sanfermines de 2009 la actitud del Ayuntamiento, sólo comprensible desde una mentalidad notablemente autoritaria, ha tenido como diana, entre otras, a las peñas, intentando que varias de ellas no puedan abrir sus locales en el casco viejo.

Sin embargo, los Sanfermines son algo más que ese escaparate en el que los pretenden recluir. Y el éxito de estas fiestas radica en los iruindarras, que son parte de ellas y las viven en torno a las peñas, verdadera alma sanferminera, por lo que la deriva autoritaria del Ayuntamiento, a la larga, supone tirar piedras contra su propio tejado.

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