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Belén Martínez analista social

Luna lunera

 

La historia se reescribe o reinventa. Conocidas las circunstancias que envuelven ciertos acontecimientos, apreciamos cómo éstos adquieren un sentido diferente del que tenían originariamente. Muchas historias se magnifican, la repercusión mediática participa de ello.

La difusión televisiva del alunizaje convirtió la carrera espacial en un espectáculo de masas. Los Estados Unidos mostraban su supremacía. Apolo vencía a Sputnik y la perrita Laika quedaba fuera de órbita. Todo el mundo se congratulaba del triunfo americano. La opinión pública hizo suyas las razones de la NASA (razones de Estado), patrocinadora oficial de la gesta, y el éxito apoteósico del Apolo 11.

Hace cuarenta años, Neil Amstrong dijo: «Es un pequeño paso para el hombre, pero un salto de gigante para la humanidad».

Antes de que un hombre pisara la luna, Georges Méliès nos había cautivado con su fascinante viaje iniciático. Antes del aletargamiento doctrinal de los nuevos inquisidores, la pintora Remedios Varo ya había capturado el reflejo lunar. La cazadora de astros sostenía en su mano la luna enjaulada. Antes de que los autómatas se programaran, la luna ya existía y tenía vida. Una vida que influía en nuestras mareas, ciclos y gestaciones. ¡Paradoja fecunda! El astro que nos seduce y gobierna, de aspecto desconcertante y previsible, sigue inspirando innumerables fantasías poéticas, conspiraciones científicas, disidencias políticas y cópulas celestes. Claro-oscuro arrebato; fragmento real e imaginario; porción universal e intangible; ciencia oculta y exacta; fetiche para conjurar deseos, temores y esperanzas. Antes de que el hombre pisara la luna...

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