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Ian McKellen: El discreto encanto de un gran actor

Koldo LANDALUZE Crítico de cine

La elección de Sir Ian McKellen para el Premio Donostia supone una gran noticia. Curiosamente, el cine nunca ha sido su hábitat natural, ya que lo suyo siempre ha sido alternar como pocos lo hacen los textos imaginados por los grandes autores del teatro Isabelino como Marlowe y Shakespeare, con piezas contemporáneas como «Bent».

Este ilustre veterano representa la esencia de los grandes actores porque incluso en sus películas menos destacables, siempre sale a relucir su talento y profesionalidad. Repito que es una buena noticia para Zinemaldia que McKellen acapare el escenario del Kursaal con su sobria y elegante presencia. Es un hombre al que le brillan los ojos cuando habla de su profesión y que cuando desaparece de escena, únicamente sale a relucir su activismo irreductible en la lucha por los derechos de los homosexuales. Quiero imaginar que para él también supondrá un honor recibir este premio porque simbolizará su agradecimiento hacia un festival de cine que, en el año 98, incluyó en su Sección Oficial a «Dioses y monstruos»; aquel drama en el que McKellen encarnó al padre cinematográfico de «Frankenstein», James Whale. A partir de ahí, su carrera dio un giro completo que le ha permitido ascender un peldaño más en la siempre ingrata escala de los títulos de crédito, mostrar su gran talento en películas como «Verano de corrupción», «El código Da Vinci», «X-Men» y, sobre todo, legar para la posteridad su caracterización de Gandalf, personaje que encarnó en «El Señor de los Anillos» y con el que se reencontrará en la futura «El hobbit».

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