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Acoso policial a ciudadanos vascos

Denunciar para restar espacios a la impunidad

Mañana se cumplirán dos meses desde que el ex preso de Arbizu Alain Berastegi fue secuestrado y torturado por un grupo parapolicial en un bosque de Irunberri durante cerca de siete horas. GARA ha reconstruido los hechos con el arbizuarra en el mismo lugar en el que fue torturado, golpeado y amenazado para que colaborase con la Policía.

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Gari MUJIKA

Aunque hayan transcurrido ya dos meses desde que fue secuestrado y torturado, y el silencio oficial haya tratado de velar su denuncia en este tiempo, el arbizuarra Alain Berastegi afirma que para él «ocurrió ayer mismo». Reconoce que aquello no lo podrá olvidar nunca, pero pese a ello anima a otras personas que hayan podido padecer una situación similar a que lo denuncien. «Denunciarlo es importante. Primero, para que no le ocurra a nadie más, pero también para denunciar a estos elementos y para evidenciar en qué situación está Euskal Herria y qué es el conflicto. Y porque estoy seguro de que habrá más gente en mi misma situación y para que se animen a denunciarlo».

Dos meses después de que el ex preso de Arbizu, albañil de profesión, fuera citado en Irunberri por un supuesto cliente que requería sus servicios, GARA hizo otro tanto para reconstruir con él lo que le ocurrió en aquel apartado lugar. Berastegi no había regresado al sitio en el que fue interrogado y torturado por una quincena de personas con el rostro cubierto y pertrechadas con metralletas, y su nerviosismo era palpable. Normal si, tal y como afirma, recuerda los hechos «como si fueran ayer».

El viernes 17 de julio, Alain Berastegi se citó con una persona en la rotonda de acceso a Irunberri que requirió de sus servicios para rehabilitar unas viejas bordas. El arbizuarra llegó a la hora fijada: a las 19.00. Pero como no llegaba el supuesto cliente, lo llamó al teléfono móvil. Le respondió que en breve estaría allí con su sobrina, que iba a ser la encargada de las obras. Un Terrano 4x4 paraba poco después; eran Iñaki y Susana, los supuestos clientes que no levantaron las sospechas del joven navarro. Le advirtieron de que llegarían a un punto en el que no podría continuar con su vehículo y que tendría que subir con ellos en el Terrano. El terreno no es asfaltado, una parcelaria, para dar paso después a pistas de difícil acceso y circulación, salvo para vehículos todoterreno.

Llegaron al punto señalado. Berastegi tomó su lápiz, su cuaderno y el metro. Intentó subir al 4x4 de los supuestos clientes por la izquierda, pero mediante excusas en las que no reparó demasiado se sentó detrás del copiloto, a la derecha. Luego lo comprendió.

Mientras ascendían por las pistas forestales, la conversación discurría en torno a las obras de rehabilitación. «`Es aquí', me dijeron. Miré y vi una especie de borda. Cogí mis cosas y según bajé aparecieron por todos los lados, como en las películas, entre los árboles, los matorrales, una quincena de personas, no sé exactamente cuántos porque no me dio ni tiempo a contarlos, encapuchadas, todas con metralletas y gritándome que me tumbara. `Al suelo, al suelo...', gritaban. Y ahí empezaron ya a golpear y a amenazar».

«El juego del anillo»

El ex preso de Arbizu indica que la situación fue muy violenta en todo momento. Enseguida le colocaron a modo de esposas «un tubo morado, con cinta americana a presión y unas bridas de refuerzo. Me colocaron de rodillas, me quitaron todas mis pertenencias y ahí comenzaron el interrogatorio».

Le empezaron a preguntar acerca de si sabía por qué estaba allí. Como no contestaba, lo golpeaban incesantemente. «Por política, supongo», contestó al final, y los supuestos policías se echaron a reír y a golpearlo de nuevo. Recuerda cómo uno de ellos ejercía de «poli bueno» diciéndole que «no lo hagas más difícil, que torres más grandes que tú han caído». Las preguntas, los golpes, las amenazas fueron en aumento, hasta el punto de que le aplicaron «la bolsa» -técnica de asfixia- cinco o seis veces.

«En todo momento, durante todo el tiempo que me tuvieron allí, siempre estaba rodeado por tres o cuatro personas que me apuntaban con las metralletas; mientras, uno era el que me pegaba, me interrogaba y me amenazaba con cosas que sabían de mí, de mi familia, mi novia, mis amigos... No sé cuánto tiempo estuve arrodillado, pero me tuvieron que levantar entre dos personas porque yo solo no podía. Después me llevaron más abajo. Allí había una manta en el suelo, y lo primero que pensé era que ahí me iban a hacer de todo», señala el arbizuarra ansioso, reviviendo todo aquello.

Lo arrodillaron de nuevo y enseguida comenzó otra sesión de golpes y amenazas, hasta que llegó otra persona que se dirigía a él en un tono muy suave. De nuevo empezaron las mismas preguntas, que el arbizuarra no contestaba. Poco después, lo volvieron a levantar y mover a otro lugar. Para entonces todo estaba ya casi a oscuras, y lo trasladaron guiándose con linternas. Lo llevaron junto a un árbol donde había dos mesas y cuatro sillas, una maleta abierta y varios tupper. Le sentaron en una de las sillas y frente a él apareció la misma persona que le interrogó antes, pero sin capucha y sin visera. «Detrás, seguían apuntándome con las metralletas y la persona que me pegaba en todo momento me tocaba la espalda, como avisándome de que no se había ido», prosigue. «No sabía por dónde iban los tiros, y el hombre me comenzó a contar una historia que me desconcertó y no entendía. Me empezó a hablar de que los españoles realizan matrimonios de conveniencia con mujeres del Este y cosas así. Seguía sin comprenderlo. El hombre sacó un anillo y lo puso encima de la mesa. `Ahí lo tienes', me dijo y comprendí que lo que querían era que colabora- se policialmente con ellos».

Le recordaron el caso del también ex preso secuestrado y apaleado Lander Fernández y el caso del joven navarro Hodei Ijurko, «dándome a entender que contaban con todas las armas para meterme a la cárcel de por vida o hacerme la vida imposible. Fue como una conversación, en la que no me pegaron, porque con todo lo que me habían hecho antes ya me habían dado a entender que era eso lo que me iba a esperar luego».

No recuerda exactamente cuántas veces, pero estuvieron un largo rato con «el juego del anillo». El hombre situado enfrente le colocaba en la mesa el anillo, Berastegi lo cogía y lo volvía a dejar encima de la mesa, rechazando así su propuesta de colaboración de forma reiterada. «Aquello lo tenían preparado a la perfección. No fallaron en nada, hasta el más mínimo detalle, como la de descender por la derecha en el coche, lo tenían planificado. Era un despliegue muy serio, muy planificado y muy coordinado».

«Tú no eres Alain, eres el número 863»

«Tal y como me decía cuando le rechazaba el anillo, `tú, para nosotros, no eres Alain. Tú eres un número. En este caso, eres el 863. Si no quieres colaborar, tranquilo que lo hará el 864 y, si no, lo hará el 865, o el 866'. Por eso estoy seguro de que no he sido un conejillo de indias y que esto se lo han hecho a más gente», señala Berastegi.

Continuaron frente a frente sentados en la mesa, a oscuras y tiritando de frío un largo rato, que para Berastegi supuso «una eternidad». «Le decía que yo quería a mi gente, me posicioné en mi lugar, y que me dejasen en paz porque no iba a colaborar con ellos. El caso es que le dejé el anillo encima de la mesa y le dije que no», afirma rotundo. Los captores le sugirieron que se tomase su tiempo para decidir qué hacer y lo citaron en un puente de la autovía a la altura de Villafranca, el miércoles siguiente. Al rato, con las linternas, descendieron del lugar. Llegó otro todoterreno, en el que lo introdujeron y le llevaron a donde había estacionado su coche. Ya habían transcurrido más de seis horas desde que fue secuestrado, pero incluso circulando de regreso a Arbizu continuó custodiado por sus captores un trecho.

«¿Es posible lo que me ha pasado?, me decía a mí mismo cuando regrasaba a Arbizu. Pero claro que pasó. Lo que está claro es que tienen impunidad para eso y mucho más, y además aquí no pasa nada», afirma recordando lo padecido. «Al día siguiente ves que la vida sigue, que todo sigue su curso, pero a mí se me paró la vida. Sólo tenía aquello en mente. Pero claro, nadie más lo sabía. Sólo era una cosa entre ellos y yo. Hasta que finalmente lo conté».

Para Alain Berastegi fue como una especie de liberación relatar lo que le habían hecho. «`Despierta de esta pesadilla', me dijeron, y me ayudaron en todo. Para mí fue importante y enseguida sientes el arrope de la gente. Luego lo denuncié y comparecí públicamente en Iruñea, el mismo día en el que me habían citado. Evidentemente no aparecí, pero me llamaron dos o tres veces, y luego me enviaron un SMS curioso: `Hola. Estoy interesado en el anuncio que tienes en Internet. Si todavía tienes en venta, dime una hora para contactar contigo'».

«Me acordé de Jon Anza»

Dos meses después de interponer la denuncia en Iruñea, esta misma semana acaba de llegar la querella judicial al Juzgado de Agoitz, que es el tribunal competente por haber ocurrido los hechos en Irunberri. A partir de ahora comenzará su andadura la denuncia judicial y las pesquisas para esclarecer el secuestro y las torturas que le infligieron al ex preso navarro.

Otro tipo de denuncia, la popular, es la que le brindó su pueblo, Arbizu, con el alcalde y el Ayuntamiento a la cabeza. Luego llegó «la vuelta» de aquello con pintadas fascistas y amenazas personalizadas a ediles y militantes independentistas de Arbizu. Una muestra más, al parecer de Berastegi, de la impunidad con la que cuentan las fuerzas policiales en Euskal Herria.

Reconoce que, como la tortura, sus consecuencias no terminan con aquel fatídico día, sino que se mantienen en el tiempo, esperando a ver si van a volver otra vez, cuándo, cómo... «Cuando hemos subido ahí arriba lo primero que he pensado es que iban a salir de entre las zarzas, aun sabiendo que no iba a pasar», afirma Berastegi.

No obstante, subraya la importancia de que se denuncie este tipo de hechos. «Las torturas, los golpes, las amenazas y los interrogatorios quedarán ahí, pero lo que nunca podré olvidar será la impresión de cuando bajé del coche y me abordaron doce o quince encapuchados con metralletas y me tiraron al suelo. Me acordé de Jon Anza y pensé que mis días iban a acabar allí. Ese miedo no lo voy a olvidar nunca. Pero aún y todo hay que denunciarlo. Y hay que hacerlo para que no le ocurra a nadie más, y también para que la gente sepa hasta dónde puede llegar su impunidad en Euskal Herria».

 

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Son los miembros de la comunidad universitaria que se desplazan para acudesplazan para acudesplazan para acudesplazan para estudiar a la UPV-EHU.

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