El presidente polaco firma el Tratado de Lisboa pese a su inicial oposición
Tan sólo una semana después de que los irlandeses refrendaran mediante un referéndum el Tratado de la reforma de la UE, ayer el euroescéptico presidente polaco, Lech Kaczynski, hizo lo propio y firmó el acuerdo en Varsovia. De esta manera, la Unión Europea salvó el penúltimo obstáculo para aprobar el Tratado de Lisboa, al que Polonia se había opuesto durante meses. Sólo resta la aceptación de la República Checa para que prospere la reforma.
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«El cambio de decisión del pueblo irlandés hizo que el Tratado volviera a tomar vida y ya no había obstáculo para ratificarlo», declaró el presidente polaco, Lech Kaczynski, tras refrendar el Tratado de Lisboa.
Tras más de un año de oposición, afirmó que «el acuerdo es un gran experimento en la historia de la humanidad».
En una ceremonia retransmitida en directo en televisión y celebrada en el palacio presidencial de Varsovia, incidió en que «la UE sigue siendo una unión de estados soberanos, una unión estricta, y dejemos que siga siéndolo (...) En una unión de estados soberanos lograremos éxitos crecientes».
«Ahora tenemos 27 estados miembros. Estoy convencido de que este no es el final. La UE, un experimento exitoso sin precedentes en la historia humana, no puede cerrarse a los que desean entrar», subrayó en alusión a Ucrania y Georgia, una de las clásicas pretensiones de la diplomacia polaca.
El Tratado «mejora» el funcionamiento de las instituciones comunitarias, señaló Kaczynski, que cumplió así su anuncio de ratificar el texto sólo después de que Irlanda lo aceptase en referéndum, algo que sucedió la semana pasada con el 67,1 de los votos. Remarcó que «durante la negociación del Tratado, Polonia logró grandes éxitos».
En abril de 2008, el Parlamento polaco (Sejm) ya dio luz verde al Tratado de Lisboa, aunque por insistencia de Kaczynski el texto fue acompañado de un decreto en el que se recogían las principales exigencias conservadoras, que pedían una referencia expresa a la supremacía de la legislación polaca frente a la comunitaria y a la Carta de Derechos Fundamentales.
Tras el «sí» del Sejm, ya sólo quedaba esperar a la firma del presidente para que, de acuerdo a la Constitución de este país, el documento quedase definitivamente aprobado por Polonia. Bruselas aplaudió con fervor esta firma, a la que acudieron el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, y su homólogo del Parlamento de Estrasburgo, Jerzy Buzek, así como el primer ministro sueco Fredrik Reinfeldt, cuyo país ostenta la Presidencia de la UE.
«El Tratado cierra la primera etapa en la ampliación de la Unión Europea. Somos testigos de una firma muy importante», remarcó Durao Barroso.
Por su parte, Reinfeldt y Jerry Buzek saludaron la ratificación polaca, y dijeron que confían en que los checos hagan lo propio antes de final de año.
El ministro alemán de Exteriores, Frank Walter Steinmeier, también expresó su satisfacción. «El Tratado de Lisboa es la base necesaria para una Europa unida y fuerte, que Alemania y Polonia como estrechos socios y amigos quieren llevar unidos en el futuro adelante», manifestó.
La anécdota del día fue protagonizada por la pluma con la que Kaczynski debía firmar el Tratado, ya que se le secó la tinta y le obligó a sustituirla, retrasando unos segundos más la firma del documento.
Después del «sí» irlandés y de que Kaczynski suscribiera el Tratado de Lisboa, toda la atención se concentra en la República Checa, ya que es el único país que queda por ratificarlo. El presidente checo, Vaclav Klaus, insiste en que su país tiene que negociar una excepción para protegerse frente a posibles reclamaciones por propiedades confiscadas tras la Segunda Guerra Mundial y para salvaguardar la soberanía del poder judicial. Los decretos Benes, firmados por el presidente checoslovaco Edvard Benes, sirvieron de base jurídica a la confiscación de bienes y a la expulsión de Checoslovaquia, tras la Segunda Guerra Mundial, de tres millones de alemanes de los Sudetes, en ese entonces bajo la acusación colectiva de colaboración con el régimen nazi.
Las consecuencias de la demanda de Klaus pone los pelos de punta a los líderes de la UE, divididos entre optar por un tono firme o mostrarse conciliadores. La inscripción de dicha derogación exigiría una reapertura de todo el proceso de ratificación del conjunto de los Veintisiete. La suerte del Tratado de Lisboa depende igualmente de una decisión del Tribunal Constitucional checo, que estudia un recurso contra el texto presentado por los aliados políticos del presidente. GARA