«EL SÍMBOLO PERDIDO» BUSCA BATIR TODOS LOS RÉCORDS
Dan Brown, un autor de supermercado
«El símbolo perdido», último superventas del escritor norteamericano Dan Brown, verá la luz en su edición en castellano el 29 de este mes. La editorial Planeta, propietaria de los derechos en este idioma, ha anunciado una tirada inicial de 1.500.000 ejemplares.
Juanma COSTOYA I
La novela viene precedida por un récord de ventas en los países de habla inglesa, donde fue puesta a disposición del público a mediados de setiembre. En su primer día en las librerías y grandes superficies de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido, se vendieron más de un millón de ejemplares de la obra. «El símbolo perdido» parece ajustarse, de entrada, a las características comerciales de anteriores obras del autor, ya que su exitoso «El código Da Vinci» vendió 81 millones de copias en todo el mundo. Es significativo que, en el capítulo de agradecimientos de la actual novela, el escritor mencione en primer lugar a su editor, después a su agente, seguido de su consejero y los publicistas. El último lugar de su recuerdo es para los lectores. Es obvio que la fenomenal repercusión de las novelas de Dan Brown depende de una maquinaria bien engrasada que tiene en la repercusión mediática uno de sus principales objetivos.
El marketing de lanzamiento de sus novelas tiene una importancia decisiva en lo que se conoce como el «universo Dan Brown». Frases que se recogen textuales de la página web del autor y que diferentes espacios publicitarios y medios de comunicación publican literalmente afirmando que «El símbolo perdido» es «la novela más esperada de la historia» o bien, que la novela arrojará luz sobre «grandes enigmas históricos» ó las efectistas «Llegó la hora de la verdad» y «más de cinco años de investigación». Los trucos de mercadotecnia incluyen fiestas de presentación en las principales ciudades y en grandes superficies, videoconferencias del autor dirigidas a su público en el idioma que se tercie y paneles gigantes de cuenta atrás que, exhibidos en los puntos de venta, certifican los días, horas y segundos que restan para poner a la venta el volumen. Entra dentro del plan de presentación buscar una polémica superficial con algún grupo influyente, bien sea el Opus Dei, en anteriores ediciones, la Iglesia Católica, o la masonería, en esta última entrega. La polémica será amplificada por los medios de comunicación sirviendo al interés último de aumentar la cifra de ventas.
Masonería norteamericana
Parece que el autor y su poderoso equipo han encontrado una fórmula que, repetida con variantes, les proporciona ventas globales e ingresos millonarios. En efecto, «El símbolo perdido» bien pudiera parecer una secuela de sus dos éxitos más sonados, «Ángeles y demonios» y el aludido « El Código da Vinci». Y es que, el mismo investigador, Robert Langdon, profesor de Simbología en la Universidad de Harvard, se enfrenta, de nuevo, al Mal con mayúsculas, encarnado en un tipo de nombre impronunciable y quien estando a punto de hacerse con los más escondidos y trascendentales secretos masónicos, amenaza con dar al traste con el mundo tal y como lo conocemos. En el otro lado de la barricada, el Bien es representado por la saga de los Salomon, una familia judía, masónica, archimillonaria y que durante generaciones ha heredado sus conocimientos con el único fin de preservar la virtud y la sabiduría arcana de gente ambiciosa y perversa que pudiera utilizarla en beneficio propio, con consecuencias globales nefastas. Los personajes están caracterizados desde el primer capítulo, sin fisuras ni matices. El Mal es atractivo y ágil, fuerte y desesperado como una pantera herida e igual de sanguinario y mortífero. El Bien y los personajes que lo representan reservan alguna que otra sorpresa, aunque todo envuelto en un color blanco del que destacan la dignidad, la justicia y el más elevado sentido de la moral.
Como telón de fondo, Brown sustituye las grandes capitales europeas, protagonistas en anteriores novelas suyas de parecido corte, por Washington, y la arquitectura renacentista del Vaticano y la imaginería gótica del viejo continente, por el Capitolio de la capital federal. Esta vez los símbolos que permitirán avanzar en la trama tienen un origen masónico, en consonancia con la hermandad que ejercitaron históricamente algunos de los padres fundadores de los Estados Unidos, entre los que ocupan lugar destacado Benjamin Franklin y George Washington. El autor saca partido a la evidente simbología masónica relacionada con la fundación del estado norteamericano y que se refleja en el propio billete de un dólar con la figura de la pirámide y el ojo de Dios, para unos, o del iluminado por la sabiduría, para otros, en su cumbre.
Para que la semejanza con anteriores novelas de Dan Brown sea aún más acusada, no falta un prestigioso instituto científico, en esta ocasión el Museo Smithsonian de la capital federal, en el que Katherine, la hermana del todopoderoso bienhechor Peter Salomon, experimenta con una ciencia novedosa llamada «noetica» y que promete revolucionar la ciencia y las posibilidades cerebrales humanas. Con estos mimbres, y con la ayuda de planos del edificio del Capitolio y símbolos más o menos gnósticos y masónicos, no parece difícil adivinar el resto de la trama.
Quizás el enigma más difícil de resolver sea por qué unas novelas, a priori tan sencillas y predecibles, alejadas del talento exigible a un escritor, puedan pulverizar récords de venta y beneficios.
Fórmula de éxito
Es evidente que Dan Brown no redacta mal y que ejerce con maestría el arte de dosificar las emociones. Buena parte de los 133 capítulos de los que consta su nueva obra funcionan de forma visual aproximándose más a lo que es propio de un guión cinematográfico que a lo que distingue a una novela. Es probable que «El símbolo perdido», siguiendo la estela de anteriores novelas de Brown, tenga una continuidad en forma de película y que Tom Hanks, quien ya interpretara el papel de Robert Langdom en «Ángeles y demonios» y en «El Código Da Vinci», vuelva a dar vida al redicho y pedante profesor Langdom.
La agilidad conceptual y un vocabulario para todos los públicos reemplazan a una trama digna de tal nombre y la sorpresa continua, de preferencia al final de cada breve capítulo, es lo que mantiene vivo el interés del lector. Mensajes directos, breves y contundentes, como si cada capítulo fuera un anuncio televisivo, es la fórmula que lleva en volandas a un determinado tipo de lector cegado por la luminosidad de un fuego hecho a humo de pajas.
Parece claro que el nombre de Dan Brown no figurará nunca en un lugar destacado en la literatura universal. Con seguridad tampoco lo pretende. Posiblemente la lista Forbes le interese más y no hay nada censurable en ello. Sin embargo esa publicidad y esa promoción disfrazadas de comunicación, esa mezcla de historia y fantasía que se quiere hacer pasar por historia con mayúsculas, esa forma interesada de levantar polémica no está al servicio de la cultura, ni siquiera del entretenimiento. Su único objetivo es la cuenta de resultados. Es el mismo tipo de estrategia comercial que es capaz de vender un determinado jabón en las aldeas más deprimidas y apartadas de la selva amazónica. Allí donde no llega el agua corriente ni la luz, hay un público que paga por lo que no necesita ni le conviene. El milagro de la publicidad.
El maestro de periodistas y literato Miguel Delibes afirma en su obra «Señora de rojo sobre fondo gris»: «Un libro te remite a otro libro, un autor a otro autor, porque, en contra de lo que suele decirse, los libros nunca te solucionan los problemas sino que te los crean, de modo que la curiosidad del lector queda siempre insatisfecha». Con Dan Brown sucede al contrario. Es el círculo perfecto: empieza en él y en él acaba. Teniendo en cuenta el título de su novela de breve aparición, «El símbolo perdido», pudiera pensarse que, puestos a elegir un símbolo para él mismo, bien pudiera pensarse en el mulo. La mascota del Partido Demócrata estadounidense se ajusta perfectamente a la obra del autor. Fuerte y capaz de llevar con éxito grandes cargas por caminos exigentes es, sin embargo, estéril.
es la cifra de ejemplares que se vendieron la primera semana del lanzamiento del título en inglés. El primer día se vendieron más de un millón de copias. En el Estado español saldrá con una tirada inicial de millón y medio y se espera que pulverice récords de ventas.