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Martin GARITANO I Periodista

Don Tancredo en la política vasca

El «Don Tancredo» era un lance taurino de gran aceptación en la primera mitad del siglo pasado. Consistía en que un individuo esperaba al toro a la salida de chiqueros subido sobre un pedestal situado en mitad del coso. El torero iba vestido con ropas bufas y pintado de blanco. El mérito consistía en quedarse quieto en la convicción de que, al quedarse inmóvil, el toro creía que la figura blanca era de mármol y no la embestía. También en la política vasca hay quien ejerce el tancredismo. Miren a Urkullu, sin ir más lejos.

A nadie con dos dedos de frente se le hace difícil entender que las detenciones de diez militantes ejemplares de la izquierda vasca se erigen como un muro de hormigón entre la situación actual y un futuro de normalidad política basada en el reconocimiento de los derechos del pueblo vasco. Porque, no hagamos como Don Tancredo, la normalidad sólo vendrá de la mano de movimientos audaces, apuestas inteligentes y decisiones valientes. Todos, en la política vasca y en la española, habrán de hacer los deberes, con buena letra y sacrificio para que la confrontación deje paso al debate. Y para eso sobran los Don Tancredos.

Ante la enésima muestra de brutalidad del poder español, el presidente del principal partido de la CAV (no confundir con Euskal Herria) ha reaccionado pintándose de blanco, subido al pedestal, en la confianza de que el toro empitonará a otro. Lo dicho no tiene desperdicio: «Si las detenciones están motivadas por haberse reunido, personas que tienen el derecho de libre asociación o de reunión, me llama la atención». Resulta algo más que patético.

El tancredismo de la máxima autoridad jeltzale confirma la peor de las sospechas de quien quisiera ver un verdadero tsunami abertzale que saque de su inmovilismo al poder español, le fuerce a reconocer que somos un pueblo, sujeto por tanto de derecho político, y nos deje caminar en la dirección que libre y democráticamente elijamos. La conclusión es clara: ese viaje habremos de hacerlo con otras compañías. Con Don Tancredo no se puede ir a ninguna parte. Y mientras tanto, Iñigo Urkullu sigue mirando la tragedia vasca como las vacas miran al tren. Simplemente, le llama la atención. Debería ser consciente de que buena parte de los maletillas que ejercían de Don Tancredo acabaron en la enfermería. Al final, el toro embiste contra todos.

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