Rubalcaba lo advirtió antes del verano y Ares, que ejerce gustoso de virrey en colonias, lo ratificó: la izquierda abertzale preparaba una trampa. El ardid en cuestión no era sino una nueva fabulación de los rojos separatistas vascos, un cuento con el que Otegi y sus secuaces pretenderían engañar no ya al pueblo vasco, sino al conjunto del pueblo español, y eso, muy señores míos, es intolerable. Pero como ni Rubalcaba ni Ares tienen ni un pelo de tontos, han logrado desbaratar tamaña maquinación y con la ayuda del incansable Garzón han enviado tras las rejas a un puñado de temibles terroristas, armados como estaban hasta los dientes de un explosivo político capaz de acabar con esta democracia de cartón piedra.

Ya lo han dicho otros antes, pero nunca se insiste suficiente: las detenciones de la semana pasada sólo expresan el miedo del Estado. Miedo de abordar un debate profundo sobre el problema vasco, que en realidad no es tal, porque el problema no lo tiene Euskal Herria, ni Catalunya en su caso, sino España. Para Madrid es mucho más fácil afrontar su problema en parámetros terroristas en el caso vasco o como un fenómeno de insolidario egoísmo económico en el catalán. Por eso intenta desactivar todo proyecto que coloque la cuestión en el plano del mero debate político. Dice un chiste que sólo les queda ilegalizar el Athletic. Si Laporta fuera vasco y su presidente, les sobraría tiempo. Y si yo fuera Laporta, me andaría al loro por muy catalán y del Barça que fuera. Que las trampas las tiende el Estado, que es quien más tiene que perder. A los que tienen todo por ganar no les hacen falta. El camino está minado, pero hay que recorrerlo. Como el sábado.