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El invierno afgano será muy duro

Anulada finalmente la segunda vuelta del próximo sábado entre rumores de una componenda entre los dos candidatos forzada por los ocupantes occidentales, la situación en Afganistán sigue deteriorándose y exige una salida de las tropas extranjeras y el fin de toda injerencia.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La estrategia de las fuerzas ocupantes pasó en un primer momento por una apuesta decidida en torno a la celebración de las elecciones presidenciales de agosto, con la esperanza de que un proceso limpio permitiera presentar la evolución de Afganistán conforme a sus deseos y a su propia propaganda, ya que no hay que olvidar que desde Occidente se justificó la invasión y posterior ocupación como la fórmula adecuada para «instaurar la democracia y la estabilidad» en Afganistán.

Pero ese objetivo clave ha dado pronto pie a otra realidad, y a su amparo, el guión de la ocupación varió sustancialmente en torno a la cita electoral, y lo que finalmente primaba era celebrar las elecciones fuese como fuese. Y el resultado final lo conocimos ayer. No habrá, finalmente, ni siquiera segunda vuelta.

Algunos analistas señalan la posibilidad de que tras los comicios, ambos contendientes busquen una especie de Gobierno de coalición, algo que no verían con malos ojos las fuerzas ocupantes. Pero para poder llegar a ese punto se deben superar algunas importantes reticencias que tanto Karzai como Abdullah han venido manifestando estos días.

Otro paso complementario sería además la apertura paralela de fórmulas tradicionales, como la Loya Jirga, que podría complementar la labor del presidente.

Tras ocho años de ocupación, la situación en Afganistán sigue deteriorándose. Muchos comienzan a referirse a la misma como «Caosistán», reflejo del peligroso rumbo que está tomando el país. Con una clase política incompetente a los ojos de su población, con la corrupción instalada en los centros de poder, con un peso cada día más importante de los llamados señores de la guerra, que logran conservar sus espacios de poder local ajenos a una estrategia estatal, con un tráfico de drogas en auge y sobre todo, con una resistencia cohesionada y capaz de golpear a los ocupantes y a sus aliados locales por todo el país, no es difícil imaginarse la situación real.

La estrategia de la ocupación ha fracasado, y esto es algo en lo que coinciden la mayoría de los analistas. Pero, además, se hace cada día más evidente la ausencia de alternativas ante dicho fiasco. Para algunos estrategas de la Administración Obama, la solución pasa por el aumento de las tropas ocupantes, pero tampoco esa vía se presenta sencilla. El elevado coste económico de esa apuesta, el aumento de bajas, el temor a que esa política de «afganización» acabe convirtiéndose en una pesadilla o en un síndrome tipo Vietnam añaden nuevas sombras. De momento, las opiniones públicas de EEUU y de algunos estados europeos comienzan a mostrar su rechazo a la intervención militar, y desde algunos gobierno aliados de Washington, como los de París y Berlín, se ponen muchas trabas al incremento de sus tropas en Afganistán, mientras que otros, como Holanda o Dinamarca, condicionan su apoyo a la formación de un Gobierno «legítimo». Incluso Londres ha anunciado su apoyo, pero limitandolo a algún centenar de tropas.

Con el paso del tiempo, también en Afganistán, están aflorando los verdaderos intereses que motivaron la intervención. Recientemente, Richard Holbrooke, enviado estadounidense para Afganistán, ha señalado que «nuestros enemigos son los que llevaron a cabo el 11-S, los que atacaron EEUU». Sin embargo, un repaso detallado de aquellos acontecimientos se vuelve contra el propio Holbrooke. Evidentemente la invasión de Afganistán se produjo un mes después del ataque del 11-S, poniendo en marcha una operación a todas luces ilegal desde el punto de vista de la legislación internacional. Pero, contra lo que se ha señalado, Afganistán no inició una guerra contra EEUU. Fue un pequeño grupo de militantes egipcios y saudíes que no residían en Afganistán, sino en Hamburgo; que no aprendieron a pilotar aviones en Afganistán, sino en Florida. Entonces ¿por qué se atacó al país asiático? La estrategia ocupante no ha llevado a Afganistán más que muerte y desolación, presentando un panorama devastador para la mayoría de sus habitantes, los olvidados de esa tragedia.

La resistencia afgana está presente en cerca del 80% del territorio, y cada día su evolución política y militar hace que se muestre presente en más lugares del país. El sentimiento contra la ocupación también se expande entre la población, hace unos días las protestas se multiplicaron en las principales ciudades afganas, y en su capital las fuerzas de seguridad dispararon contra los manifestantes. El control de importantes provincias y las vías de comunicación entre los principales puntos del país por parte de los grupos de la resistencia, su capacidad para golpear en Kabul, como se ha visto estos meses, o el alto número de bajas causadas a las fuerzas de ocupación evidencian una realidad muy diferente de la que algunos pretenden presentar.

El aumento de tropas extranjeras, lejos de solucionar el conflicto lo conducirá a un peligroso callejón de difícil salida. La población afgana tiene que poder determinar su futuro sin injerencia alguna, ni de las superpotencias internacionales ni de los poderes regionales. De momento se presenta un invierno muy duro en Afganistán.Algunos tendrán la tentación de insistir que después de todo invierno viene la primavera. Cierto, pero es en esa época del año cuando las operaciones de la resistencia se multiplican.

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