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Los refugiados de Mahmur, firmes ante sus demandas

Más de 12.000 kurdos se encuentran refugiados en el campo de Mahmur, en Kurdistán Sur, tras huir de las tropas turcas desde hace quince años. Para retornar a sus hogares exigen a Ankara que respete la identidad del pueblo kurdo. En caso contrario, tienen la determinación de continuar su vida en las montañas.

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En el campo de refugiados de Mahmur, en Kurdistán Sur, 12.000 kurdos originarios de Kurdistán Norte, que han huido de la violencia esperan desde hace quince años la hora del retorno. A pesar de las aperturas de Ankara, todavía no ha llegado, afirman estos partidarios de la rebelión kurda.

La posición de los exilados es unánime: «Estamos aquí por una causa y hasta que no obtengamos satisfacción, no podremos regresar», explica Makbule Ören, madre de seis niños.

Mientras el Gobierno turco prevé reformas para mejorar los derechos de los kurdos, cuyas grandes líneas deberá dar a conocer la próxima semana, los habitantes del campo, construido en 1998 en una zona semidesértica a unos 50 kilómetros al sur de Arbil, ponen sus propias condiciones.

Son las mismas que las de los rebeldes del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK): reconocimiento constitucional de la identidad kurda, enseñanza en lengua kurda, autonomía regional y paralización inmediata de los combates.

Y tiene su motivo. «Todos somos partidarios del PKK, aunque no seamos miembros de esta organización», afirma Mahmud Manav, uno de los consejeros municipales del campo. «Somos las familias del PKK. Nuestros hermanos, nuestros hijos combaten en este momento en sus filas».

En el corazón de la pequeña ciudad, un mausoleo que alberga las fotos de cerca de 600 mártires (insurgentes muertos en combate) originarios del campo, muestra la intensidad de los lazos que unen a los refugiados con el PKK.

Se trata de lazos forjados por un destino trágico, que hoy se cuenta a los 5.000 niños del campo como un destan, una epopeya: la huida a través de las montañas en 1994, cuando el conflicto con los kurdos alcanzaba su apogeo en Turquía, otros cuatro años como errantes por el norte del Estado iraquí, sometidos al acoso de sus hermanos de Kurdistán Sur, entonces aliados de Ankara contra el PKK.

En el paralelo 36

Los exiliados finalmente lograron encontrar refugio en el paralelo 36, en la tierra de nadie que separaba entonces Kurdistán Sur, bajo control peshmerga, del resto de Irak, gobernado por Saddam Hussein.

«Por un lado, los kurdos iraquíes disparaban contra nosotros; por el otro, estaban los campos minados de Saddam», recuerda Manav. Uno de sus hijos perdió una pierna debido a la explosión de una mina. «Acostábamos a nuestros hijos bajo sacos de plástico, en medio de los escorpiones... En una sola noche, 51 personas recibieron picotazos de escorpiones».

Desde entonces, la situación ha evolucionado considerablemente: el Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU (Acnur) se hizo cargo del campo, los refugiados fueron albergados en casas de piedra, se construyeron escuelas y cafés. Pueden trabajar en las canteras y en los campos del entorno.

Aunque muestran su adhesión a la causa, los habitantes de Mahmur no expresan el menor deseo de volver a sus hogares.

«Seguro que mi país me echa en falta mucho. La gente de nuestra familia que se quedó allí abajo se ha casado, han tenido hijos que nunca he visto», señala Makbule.

Una iniciativa del PKK, que envió el mes pasado a ocho rebeldes y a 26 refugiados a presentarse en la frontera turca como gesto de paz ha puesto en evidencia la aspiración de regresar.

Para designar a estos miembros de los «grupos de paz», los responsables del campo abrieron una lista. «En un día, recibimos 400 candidatos. Si nuestra asamblea municipal lo hubiese autorizado, todo el mundo, de 7 a 77 años, se hubiera presentado», declara Manav.

Desde su bastión en los montes Qandil, los rebeldes kurdos muestran su recelo ante Ankara y dicen estar preparados para mantener una guerra de 50 años.

«Ocupamos cientos de montañas en Turquía, en Irak y en Irán. Sin salir de aquí, las montañas de Qandil tienen las dimensiones de un Estado europeo: duplican el tamaño de Luxemburgo. Podemos seguir con la guerra durante 30 años más, o 50 si hace falta», afirma Sozdar Avesta.

Escoltado por dos militantes vestidos con salvar (pantalón bombacho) caqui y Kalashnivov en bandolera, esta figura histórica del PKK recibe a los periodistas en la «zona política» de los montes de Qandil, donde no hay unidades combatientes y los rebeldes combaten con los aldeanos kurdos, que se benefician del hospital construido por los insurgentes.

pkk

«Nosotros somos las familias del PKK. Nuestros hermanos y nuestros hijos combaten en estos momentos en sus filas», afirma Mahmud Manav, uno de los consejeros municipales del campo de Mahmur.

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