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Nafarroa sigue desmemoriada 34 años después de la muerte de Franco

Cuando los yankis entraron en Bagdad se apresuraron a borrar los símbolos del régimen anterior (el derribo de aquella estatua de Sadam Husein, en directo por la CNN, representaba el cambio de poderes que se producía en el país). Escenas similares se han registrado en otras situaciones de revolución o evolución política, pero no en la que vino tras la muerte de Franco. Pero en Nafarroa el callejero sigue sin democratizarse. Y el dictador fue hijo adoptivo y predilecto de Iruñea hasta 2007.

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Sergio LABAYEN

Esta semana se ha cumplido otro 20-N, el número 34 desde la muerte de Franco. Sin embargo, la simbología de las calles navarras continúa exaltando al franquismo y, en consecuencia, festejando la represión contra los naturales.

En otras transiciones políticas vividas en Navarra, los sistemas de poder emergentes se preocuparon más por imprimir sus nuevos valores en el callejero. La Plaza del Castillo, por ejemplo, nos ofrece todo un mapa de la evolución política de la ciudad. Al principio se denominó Chapitel o Chapitela (de «capitolium»), refiriéndose al castillo que mandó construir Fernando el Católico tras la conquista de Navarra (1512).

En 1820 se le denominó Plaza de la Constitución, por la española de 1812, pero al acabar el Bienio Constitucional (1823) volvió a ser la Plaza del Castillo, si bien se la cita también como Plaza Real. Con la primera República española (1873) el Ayuntamiento la designó, cómo no, Plaza de la República, pero cuando ésta cayó volvió a ser la Plaza del Castillo. A partir de 1931 volvió a ser republicana, hasta que el Glorioso Alzamiento logró asentar el nombre actual. Y algo parecido sucedió con la Plaza de las Merindades: en su día honró al General Primo de Rivera, después a Pablo Iglesias y, a partir de 1936, al general Mola.

Transición abortada

Tras las primeras elecciones municipales, el Ayuntamiento se animó a renombrar algunas de las calles más emblemáticas del franquismo. Así, en 1979, el Pleno acordó por unanimidad cambiar la avenida de Franco por la Baja Navarra. Un año después se hizo lo propio con la plaza del general Mola (Merindades), la plaza del Alcázar de Toledo (Blanca de Navarra) y la calle Mártires de la Patria (Castillo de Maya), pero esta vez ya fue con la oposición de UCD y UPN.

A partir de aquel momento -el 23-F fue en 1981-, la derecha se enroscó en dejar las cosas como estaban y al PSN dejó de interesarle el tema. La amnesia socialista se fue agravando y llegó a su cénit en 1986, en el 50 aniversario de la matanza, cuando prohibieron a su militancia participar en los homenajes que se hicieron a los fusilados.

Así, Iruñea se mantuvo atada a la simbología del viejo régimen, honrando públicamente la memoria de los golpistas y manteniendo invisibles a los navarros vencidos y asesinados. Las iniciativas en torno a la memoria histórica, nacidas todas de la sociedad civil, se encontraron con el boicot permanente de las principales instituciones navarras, gobernadas por UPN o PSN.

Ley de Símbolos

La primera muestra oficial de reconocimiento a los vencidos vino de la mano de la Ley de Símbolos aprobada por el Parlamento de Navarra en 2003. En realidad, esta ley se redactó para eliminar las ikurriñas de los ayuntamientos y para imponer la bandera española, pero el PSN logró que UPN incluyera un apartado relativo a la eliminación de símbolos de la dictadura. Entonces, en pleno auge de la memoria histórica, la presión popular logró incluso que el Parlamento aprobara una declaración «a favor del reconocimiento y reparación moral de las ciudadanas y ciudadanos fusilados a raíz del 36», esta vez ya con el apoyo del PSN.

Sin embargo, la derecha siguió cerrada a la retirada de la simbología ya que, según su interpretación, casi nada lo era. Tampoco la Ley de Memoria Histórica del Gobierno de Zapatero (2006) trajo cambios a Pamplona, a pesar de sus clarísimas disposiciones: «Las administraciones públicas tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura», se puede leer.

En los últimos años, la memoria histórica ha ido tomando importancia en la agenda del Gobierno Zapatero y el PSN también acabó hincando los dientes en el asunto. Tras los últimos comicios con UPN en minoría en el Ayuntamiento, sus concejales han sumado sus votos a los de NaBai y ANV en varias iniciativas por la retirada de simbología franquista, si bien la derecha ha mantenido su postura de bloqueo.

La plaquita de la Ciudadela

En 2007 se hizo en Iruñea el primer recuerdo institucional a los 298 vecinos que fueron transportados desde su cama a las cunetas, entre ellos seis concejales de la ciudad. Fue mediante la colocación de una placa junto al lugar donde se fusilaba a la gente, en la Ciudadela, en virtud de un acuerdo en el que UPN se abstuvo y que requirió de al menos ocho preguntas en comisión y dos ruegos más de pleno para que fuera ejecutado. Al final, la placa se instaló a escondidas, sin avisar a los familiares y sin ningún acto oficial. Por si fuera poco, resulta inapreciable a simple vista y tenía errores ortográficos en euskara.

A día de hoy, la mayor parte de la simbología franquista sigue en su sitio, sólo que tapada con maderas y carteles (así ocurre, por ejemplo, con la inscripción en piedra de la fachada del Monumento a los Caídos). Sin embargo, la Ley de Símbolos de Navarra incluye una disposición inequívoca: «Las autoridades procederán a la retirada y sustitución de la simbología propia del régimen franquista. Aquellos símbolos que estén integrados en edificios declarados de carácter histórico-artístico serán sustituidos y enviados para su custodia a la Institución Príncipe de Viana, salvo que resulte materialmente imposible la operación de sustitución».

Alguien dijo: «Haz tú la ley y déjame a mí el reglamento». Pues eso.

Los símbolos de Iruñea, ¿son realmente de Iruñea?

Además de toda la parafernalia franquista, la capital navarra está plagada de símbolos que evocan la conquista de Nafarroa y exaltan la memoria de quienes combatieron y reprimieron a sus paisanos. Ahí van algunos ejemplos:

Monumento a San Ignacio de Loyola: Es recordado con una iglesia y un monumento, todo en la calle del mismo nombre. El conjunto escultórico muestra el momento en que «el santo era transportado por sus compañeros de armas tras ser herido en la defensa del castillo de Pamplona de manos de los franceses (sic)». Frente a la interesada versión oficial, el de Loyola no era entonces santo sino militar, al servicio del Duque de Alba en la conquista de Nafarroa. No fue trasladado por sus «compañeros de armas», sino por Esteban de Zuasti y Martín Sanz de Ilzarbe, caballeros navarros. Y no se dice que fue herido cuando trataba de dar tiempo a la llegada de más tropas castellanas, ni que los «franceses» eran en realidad las tropas del rey de Navarra.

Calle del Duque de Ahumada: Este militar (1803-1869) fue hijo del virrey español en Nafarroa y llegó a teniente general del Ejército y ministro de la Guerra de España. Fundó la Guardia Civil en 1844, tras la capitulación de los carlistas navarros. La concibió como un cuerpo militar represivo y estratégico para el proceso de centralización del Estado, después de la derogación de los fueros de Nafarroa (1841).

Calles reparadoras: Frente a los casos anteriores, hay otras calles en Iruñea que tratan de reparar o reacomodar las derrotas navarras, la amputación de su territorio y soberanía. Así, existen dedicatorias a los Fueros, al último reducto de resistencia frente a los castellanos (calle Castillo de Maya), a la merindad que nos fue en el camino (Baja Navarra) o a una villa foral ahora «extranjera» (Avenida de Baiona).

 

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