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Maite Ubiria Kazetaria

El tradicionalismo se instala en la iglesia, de Baiona a Donostia

Con frecuencia se tiende a limitar el debate sobre los relevos al frente de la diócesis vasca al perfil, en el sentido exclusivamente político del término, del prelado de turno. Ahora que se confirma la mudanza a la cabeza de la Iglesia guipuzcoana me parece oportuno, sin embargo, abordar la cuestión desde una óptica más amplia, más netamente ideológica, para contemplar el perfil de esta Iglesia.

El retiro del anterior prelado de Baiona, monseñor Molère, permitió al Vaticano situar al frente de la diócesis labortana a un neocon de la Iglesia católica.

La campaña desde las bases cristianas para contemplar, si no el conocimiento, al menos el respeto a la cultura y la lengua vascas como criterios importantes en esa elección no logró resultados, y Aillet se instaló en Baiona con buenas palabras y su ideario tradicionalista intacto.

Hace unas semanas asistimos a un primer signo de lo que significa esta vuelta a las esencias. La polémica estalló en el templo de Saint-André, en forma de impopular cambio de horario de la misa en euskara. Y, ahora, en la misma parroquia, el cura expulsa a las mujeres del altar.

Limitar la reclamación de la diócesis vasca a la procedencia del obispo tiene sus riesgos. Por ser clara, me preocupa tanto o más el origen del problema que el origen del obispo.

El párroco de Saint-André reclama la vuelta a las bases, como en el rugby. Y aplicando el reglamento, da el patadón a las niñas para reservar a los varones el puesto de monaguillo. Según François de Mesmay, las familias piden una clarificación de roles, o lo que es lo mismo dejar a las niñas de hoy claro que en la Iglesia de mañana las mujeres seguirán jugando un papel complementario.

La Iglesia se burla de las leyes de igualdad y perpetua los valores que hacen más vulnerables a las mujeres ante la injusticia y, demasiadas veces, ante violencia. Y la obediencia sella los labios, porque es la norma que mantiene firme, pese al paso del tiempo e incluso a pesar de los valores evangélicos, el edificio.

La obediencia es el pilar de una institución fiel a su contrato de universalidad. Y los templos vascos, demasiadas veces silentes ante la persecución a personas y derechos, son terreno abonado para la reconquista.

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