Txisko Fernández Periodista
Una crisis bien presupuestada
La mayoría de los gestores institucionales que nos tocan padecer en Euskal Herria se marchó el martes a casa con los deberes hechos. Yo me abstengo por aquí, tú me apoyas por allá y... ¡zas! ya tenemos aprobados los presupuestos para 2010. Es más que probable que se sentaran a cenar en Nochebuena con una sensación de satisfacción acorde con las cifras astronómicas que manejan: Patxi López va a gestionar más de 10.000 millones de euros; Miguel Sanz, 4.400 millones; José Luis Bilbao, 6.800 millones... Suma y sigue.
Bueno, no es para tanto si tenemos en cuenta que estas cifras son un poco menos altas que las del pasado ejercicio. Pero lo que sorprende más a estas alturas es que a los dirigentes de PSOE, PNV, PP y UPN no les cambia el semblante a la hora de apretarse el cinturón ni cuando comparecen ante los medios de comunicación para jurar y perjurar (más bien para cometer perjurio) que sus presupuestos están repletos de «medidas anticrisis». Aparecen sonrientes, largan los cuatro topicazos de rigor y se dan la vuelta convencidos de que la mayoría de la ciudadanía entiende menos que ellos de lo que están hablando. Puede que sea cierto, porque es muy difícil entender que estén tan contentos cuando en cada casa hay al menos una persona desempleada más que en la Navidad del pasado año; o dos más en ERE; o tres más devolviendo letras al banco; o cuatro totalmente acojonadas porque el próximo año se presenta muy próspero para ir cayendo en la ruina.
No obstante, que las cuentas públicas sean tan altas no es preocupante. Lo que nos debe preocupar es quiénes las gestionan y en qué las van a invertir. De partida, muchos de esos cargos institucionales no han demostrado hasta ahora méritos suficientes como para confiar en su inteligencia, porque, puestos a vendernos «medidas anticrisis», podían haberlo hecho hace unos años, y entonces, no lo olvidemos, estaban aún más satisfechos que ahora con lo bien que lo hacían todo, los que se abstenían por aquí y los que se apoyaban por allá. Clarividentes ellos, presuponían que nada iba a cambiar.