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Maite SOROA | msoroa@gara.net

La «normalidad» de un mensaje

Ya pasó la Nochebuena, las felicitaciones, las buenas y las de imitación. Y por pasar, pasó hasta el discurso del rey nacido en Italia y reinante en España. Su novedad, la imposición a los televidentes que le queden a Euskal Telebista (que tengo para mí que cada vez son menos).

Ayer José Antonio Gundín, en «El Semanal Digital», reconocía que «el discurso de Nochebuena del Rey forma ya parte de la liturgia navideña de los españoles y tras casi tres décadas de puntual comparecencia, pocas novedades cabe esperar que no sean puramente formales». O sea, que se repite lo de que «nos llena de orgullo y satisfacción». Lo mismo decía Franco, me cuentan.

Gundín se ponía en plan sincero: «la novedad más destacable este año no procede de TVE, sino de la televisión pública del País Vasco, que ha emitido, por primera vez en su historia, el mensaje real». A la fuerza ahorcan, dice el dicho.

Para el pelotillero real, «resulta pasmoso caer en la cuenta de que los discursos del Jefe del Estado han sido sistemáticamente silenciados por una institución que es, precisamente, la representante del Estado en esa comunidad autónoma. La deslealtad del PNV hacia el Estado constitucional no dejará nunca de sorprender al ciudadano de buena fe. Ante hechos así, es razonable preguntarse si el Estado no posee mecanismos e instrumentos para poner coto a esas deslealtades y a esas actitudes de desprecio hacia la institución en la que se reconoce la gran mayoría de los españoles. Como es natural, a los vascos les ha traído al pairo los menosprecios de los nacionalistas y han sintonizado TVE para escuchar al Rey. Pero este año, con la decisión coherente y leal de Patxi López, también podrán seguirlo por la televisión que ellos pagan con sus impuestos». O sea que la población, en Euskal Herria, desaloja las calles en el atardecer del día 24 para oír las melonadas anuales por TVE. Será que servidora vive en Raticulín, pero no conozco a nadie que lo haya hecho en su vida. Y mucho me temo que Gundín tampoco.

Por todo lo anterior el columnista termina por confesar que «la principal virtud del discurso navideño del Rey es su normalidad y que en la ausencia de noticia radique la principal de todas las noticias: España sigue adelante». Normalidad, lo que se dice normalidad...

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