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CRÓNICA | Visita al pesquero Mater

Viaje a las entrañas de un atunero para sentir la vida del arrantzale

Conocer de cerca el mundo de la pesca y en especial el trabajo de nuestros arrantzales es el objetivo que busca Itsasgela en Pasaia. A bordo del atunero Mater, reconvertido en espacio didáctico flotante, el visitante tiene la oportunidad de coger el timón, lanzar la caña o bajar al camarote a descansar.

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Oihane LARRETXEA

Nada mejor que meterse en el escenario de trabajo de un arrantzale para entender la dureza de su día a día y apreciar el mérito de su tarea. La pesca, tan arraigada a nuestra historia, es ahora algo más cercana gracias a la asociación pasaitarra Itsasgela. Con el objetivo de dar a conocer el legado marinero de Pasaia, este colectivo sin ánimo de lucro ofrece la oportunidad de adentrarse en el Mater, un atunero de bajura que hace años que dejó de funcionar como tal, y que ahora, reconvertido en buque-escuela, tiene una tarea no menos importante: saciar la curiosidad y responder a las preguntas más frecuentes sobre el proceso de pesca del atún antes de que éste llegue a nuestro plato.

Amarrado junto a la pequeña embarcación que une Pasai San Pedro con Pasai Donibane, Mater recibe un día más la visita de curiosos, de adultos y de niños que por unos instantes sentirán de cerca las sensaciones de ser arrantzales.

Con barcos pesqueros y mercantes como telón de fondo, la visita comienza por la cabina del patrón. Al entrar en ella, el visitante puede percatarse que todo el interior está hecho a base de madera: «El Mater se construyó en Asturias hace casi veinte años y fue uno de los últimos atuneros que se hizo íntegramente en madera» explica Lierni García, una de las guías.

En la pequeña cabina pueden verse varios aparatos utilizados para la orientación y conducción de la nave, pero también para la detección de bancos de peces: «¿Alguien sabe como se llama este aparato que emite diferente sonidos y colores?» pregunta García. «Sonar» responde sonriente Beñat. Aficionado a los documentales, escucha con atención las explicaciones de Lierni, mientras Oihan, su hermano pequeño, mira los movimientos del aparato.

García compara los barcos con los coches para ayudar a entender mejor el funcionamiento de todo aquello: «En el mar no hay carreteras, pero eso no significa que no haya caminos. Para no perdernos y hacer el recorrido adecuado el patrón se vale de un GPS, igual que en los vehículos de cuatro ruedas». Antes de tomar el timón, el navegante, cuenta García, tiene que conocer los cuatro lados del barco. «No se puede decir a la derecha o a la izquierda, sino estribor o babor, hay que utilizar el lenguaje apropiado. Y para referirse a la parte delantera y trasera, proa y popa, respectivamente».

Junto al sonar se encuentra el radar, una máquina encargada de emitir señales cada vez que detecta algo sobre la superficie: «Las anchoas se mueven en la superficie del mar y así, cada vez que el radar emita ondas, el patrón sabe dónde se encuentran estos pequeños peces y comenzar a pescarlos».

Frente al timón asoma un minúsculo camarote, donde el patrón descansa en los pocos ratos libres disponibles. Debido a que en cualquier momento pueden aparecer bancos de peces, la cabina debe de estar continuamente vigilada, y por eso, el habitáculo está compuesto úni- camente por una pequeña cama y un baño de dimensiones liliputienses, «lo justo para las necesidades básicas».

El lenguaje del arrantzale

Los idiomas basados en códigos que manejan los arrantzales entre ellos son uno de los secretos que guardan con mayor celo, ya que para evitar que otros barcos faenen en la misma zona y tengan que competir por el pescado, cada embarcación crea un esquema de expresiones a través de combinaciones de letras y números. «Imaginad que estamos pescando muchas anchoas y queremos comunicar a nuestro refuerzo que venga a ayudarnos, pero claro, no queremos que el resto de los pesqueros lo sepan», comenta García. Para explicarlo, muestra un panel lleno de letras y números. «Esto funciona como el juego `Hundir la flota', así, para decir dónde y qué estamos pescando, basta con buscar la combinación que nos interesa».

Para utilizar el botiquín, también se habla en clave. Por la imposibilidad de acudir al hospital con urgencia, el cuerpo humano está dibujado sobre una base cuadriculada combinada mediante letras y números. «En el caso de los medicamentos todos los barcos tienen el mismo esquema -relata Lierni García- así, basta con llamar al médico y decirle el punto exacto del dolor, porque de esta manera la información es más concisa y se evitan las interferencias».

Pasadizos secretos

«El patrón también come - añade Lierni- y a veces, debido a las tormentas del exterior, es imposible ir al comedor desde fuera». Los visitantes, boquiabiertos, observan cómo Lierni abre desde el suelo del camarote una portezuela metálica, que hasta entonces había pasado totalmente inadvertida. Unas empinadas y estrechas escaleras llegan al fondo del atunero. «¿Queréis bajar por aquí?» pregunta García. Y las respuestas afirmativas de los txikis no se hicieron esperar.

Tras bajar el pasadizo se llega al comedor, donde los dieciocho marineros del Mater comían a toda prisa: «Cuanto menos se entretuvieran, antes volvían al calor de casa», recuerda la guía. Subiendo las escaleras situadas en el otro extremo se vuelve a cubierta, donde Lierni explica la importancia de las redes: «Para pescar atunes hacen falta anchoas o pequeños peces y para ello se emplean las redes, pero siempre basándose en una `pesca selectiva', es decir, una vez que se cierra la red los arrantzales cogen de ella sólo lo que necesitan y el resto lo devuelven al mar».

Para mantener vivas las anchoas se emplean los viveros que hay en proa: «Son como peceras gigantes, agujeros de mucha profundidad, donde entra directamente agua del mar» describe. «Se vaciaban en cada vivero alrededor de cuarenta salabardos llenos de anchoa y se dejaba que reposaran durante tres días, ya que al principio se ponen muy nerviosas y es imposible cogerlas para ponerlas en los anzuelos». Los viveros requieren un cuidado continuo, y por ello siempre hay alguien que las alimenta y les da luz. «Una anchoa muerta es un atún menos que se pesca», confiesa Lierni García.

Esperando la señal

Con los viveros llenos, sólo hace falta que el sonar dé el aviso. «¡Todos a cubierta!», grita García. El patrón confirma la presencia de atunes, y los arrantzales buscan a toda prisa las cañas. Simulando la situación que Lierni describe, Beñat y Oihan también cogen la suya y entre los dos consiguen pescar un ejemplar. El momento de la pesca se vive con mucha tensión: mientras algunos tiran las cañas, otros lanzan anchoas al mar para mantener los atunes cerca del barco.

Cuando se ha pescado todo lo que se haya podido, los atunes se clasifican por tamaños en cajas para después guardarlo todo en el soto, donde se almacena un montón de hielo. Conectado a través de un agujero, desde la superficie se baja todo el pescado, mientras dos arrantzales colocan cuidadosamente cada pieza entre el hielo.

«Los arrantzales suelen ser supersticiosos, y a veces si la pesca ha sido buena al día siguiente el almacén lo ocupa la misma persona», narra la guía. Tras la jornada toca retirarse al camarote, aunque con un ojo abierto ya que el sonar avisará en cualquier momento.

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