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Aitxus Iñarra | Profesora de la UPV/EHU

La fabricación de la belleza

En su artículo, la autora reflexiona sobre la concepción dominante de la belleza, dejando en evidencia que ésta no repara en el contenido de la misma, sino exclusivamente en su diseño, y concluye que la consecuencia de esa concepción es «la fragmentación, la desconexión del cuerpo con lo natural», lo cual provoca «la insensibilización hacia el propio cuerpo y profundiza más en la ya de por sí generalizada fractura que el individuo padece entre el pensar y el sentir».

En su libro «Mujeres que corren con los lobos», Clarissa Pinkola relata la experiencia de una amiga afroamericana, Opalanga, mujer que de niña era alta y delgada como un tejo. Era objeto de burla por su estatura, y además le decían que la separación entre sus dientes frontales significaba que era una mentirosa. De mayor viajó a Gambia, en África Occidental, donde tenía sus ancestros, allí conoció a algunos de su pueblo, muchas personas eran tan altas y delgadas como los tejos y tenían los dientes frontales separados. Aquella separación, le explicaron, se llamaba Sakaya Yallah, es decir, la «abertura de Dios», y se consideraba una señal de sabiduría.

Es evidente que lo que se entiende por belleza en la cultura en general y cómo se construye el concepto de belleza responde a los contenidos que se atribuyen a la forma considerada bella en cada sociedad, y que éstos están sujetos siempre a variables económicas, sociales, ideológicas, etc. Desde el estándar de belleza, el cuerpo es bello en tanto se ajuste a las normas de belleza, cada día más determinadas por los medios de comunicación. En este sentido, una anciana se sitúa fuera del modelo de belleza dominante porque esta cultura ha despojado de valor económico, social y político al sujeto de esa edad. Si, en cambio, siguiera siendo el elemento clave en la familia, que toma decisiones, y si fuera valiosa sea por las funciones que cumple, por su experiencia o por su criterio, entonces sería más fácil que esas formas características de la vejez como, por ejemplo, las arrugas pudieran despertar la idea y la sensación de belleza. La belleza propia del buen envejecer.

Esta concepción dominante de la belleza es formalista. No se fija en el contenido sino, exclusivamente, en su diseño. Produce un tipo de belleza seriado, difundido reiterativamente en los medios y que, asimismo, se limita a representar unas formas culturalmente muy definidas. El hecho de que estas formas sean caducas (cambian en el tiempo y en el espacio) no impide que ese modelo estético siga operando como un intruso cultural que paraliza y cohíbe la expresión natural del cuerpo.

Este remplazo de la belleza del cuerpo natural por el cuerpo fijado e impuesto lo reduce a un modelo rígido e inerte. Hiere y violenta profundamente la naturaleza y la magnificencia del cuerpo en general y, en particular, la de los cuerpos que no se corresponden a estos estereotipos. Crea malestar mediante patrones y modelos mentales, y fabrica simultáneamente la fealdad (demasiado gordo, bajo, alto, desproporcionado...), la otra cara de esa belleza prefabricada, como algo inaceptable y rechazable, ya que no se ajusta a las formas culturales de belleza formal.

La consecuencia de todo esto es la fragmentación, la desconexión del cuerpo con lo natural. Esto se manifiesta de la forma más clara y significativa con respecto al cuerpo de la mujer. Así, si tenemos en cuenta cómo se crea la belleza mediante las modelos por parte de las empresas de la moda industrializada, concluimos que el resultado es una abstracción interesada e imaginaria del cuerpo. Se evidencia, asimismo, cómo se ha fabricado en los últimos años el prototipo de la chica de las pasarelas. La imagen de sus cuerpos ha prestigiado y extendido este paradigma de belleza actual representado por la mujer-esqueleto, la mujer-hueso, llegando a denominarse la anorexia, por ejemplo, la «enfermedad de moda». Es obvio que detrás de la moda y de la parafernalia estética quirúrgica -botox, liposucción, estiramientos, rinoplastia...- existe un negocio cuyo propósito es la obtención de pingües beneficios.

La desconexión del cuerpo con lo natural constituye una forma de incomunicación de efectos tan graves como éstos: crea la insensibilización hacia el propio cuerpo y profundiza más en la ya de por sí generalizada fractura que el individuo padece entre el pensar y el sentir. Sin embargo, cuando este último se realiza desde el discernimiento, otorga una mayor comprensión al pensar, pudiéndose manifestar entonces una coherencia entre ambos. Por ello, ser receptivo con el propio cuerpo, sentirlo, desarrolla la aceptación e interconecta la unidad natural del cuerpo-mente, llevando a cabo la abolición de lo mecánico. Es la manera de disolver las imágenes encarnadas (correspondientes al cuerpo diseñado) impuestas por la cultura dominante. Y es el modo de alejarnos del modelo de la belleza estereotipada, nutrido por una mentalidad que tiene mermada su capacidad de percibir conscientemente y ha exiliado la conciencia del sentir.

La integración del cuerpo pasa por vivenciarlo de una manera diferente, es decir, más sanamente, más conectado. Se trata de un cambio de perspectiva, alejada de los cánones dominantes. Es un cambio consciente que va desde el abandono de la violencia o el automaltrato inducido desde el exterior hasta la aceptación de la hermosura o belleza natural, pues pensamos que el cuerpo es una manifestación vital por el que fluye el sentir. El cuerpo sano es el cuerpo natural sentido.

Escuchar el cuerpo y vivenciarlo es, asimismo, un modo de crear nuevas maneras de expresarlo. Dejarle ser es abrirse a la hermosura, a la plenitud de su propia naturaleza. El cuerpo sentido, que rompe la coraza del cuerpo formal domado, impuesto, es dignidad, expresión y experiencia de vida. Tomar conciencia de las imágenes mentales prefabricadas que insultan, rechazan e ignoran la vida del cuerpo es abrirse a su propia naturaleza y espontaneidad.

Hemos atribuido a la naturaleza un valor económico y hemos perdido el sentido de pertenecer a ella, nos hemos desarraigado de ella y de nuestro propio cuerpo; y, sin embargo, el valor de la naturaleza y del cuerpo está en sí mismos; por ello lo natural en el cuerpo es la sede de la dignidad, dignidad de los rasgos en la totalidad de lo que es una o uno mismo, tal cual; pues no se le puede convertir a alguien por su forma corporal en un sujeto desdeñable, ya que en esa cualidad natural no caben estereotipos de ninguna clase. Los rasgos son, por lo tanto, expresión de una unidad de vida que le hacen ser a cada uno lo que es, mujer, hombre, niño, anciana... una unidad única e irrepetible. Reconocerse en esa percepción del cuerpo, natural, animado, alejado de las pautas socioeconómicas excluyentes, es precisamente lo saludable, lo pleno, lo que está ligado a la fuerza vital, a la aceptación total del propio ser y a su expresividad natural.

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