Análisis | Conflictos en la península arábiga
El futuro se vuelve cada vez más incierto de Yemen
. Acontecimientos recientes en la escena internacional están llevando a Yemen a una peligrosa situación, a la que hay que añadir las serias carencias del propio Estado, lo que podría derivar, si no lo ha hecho ya, en otro «estado fallido». Los planes de EEUU, que sitúan a Yemen entre las prioridades de su agenda en la «lucha contra el terror», y la entrada directa de Riad en el teatro yemení, acrecientan esos temores.
Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
La situación de colapso político, social y económico en que se encuentra Yemen, debido a conflictos internos e intereses extranjeros, pueden acabar convirtiendo al país árabe en una sociedad totalmente fragmentada y situarlo a las puertas de integrar la lista de «estados fallidos»
Desde el pasado verano muchas fuentes señalaban la confluencia de tres conflictos que podían poner en serios apuros a la ya de por sí deteriorada situación yemení. Los enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales y los rebeldes chiítas del norte; las demandas separatistas en el sur, con la violenta respuesta de Saná, y el incremento de la presencia de Al-Qaeda eran motivos más que suficientes para ubicarnos ante una escenario muy «explosivo».
Sin embargo, estos últimos meses, otros actores han hecho aparición sobre el terreno yemení, arrojando más gasolina al fuego. El ataque militar de las fuerzas saudíes contra los rebeldes del norte ha situado a Riad sobre el teatro de operaciones yemení. Tras las diferentes excusas utilizadas por los príncipes sauditas, subyace el importante pulso que mantienen con Irán, en aras a convertirse en el Estado más influyente del mundo musulmán.
Hace tiempo que los dirigentes saudíes manejan una ecuación en diferentes frentes. Si en Afganistán e Iraq la política de Arabia Saudí está encaminada a contrarrestar el peso de Teherán, sin dudar en apoyar económicamente a los talibán, o incluso aportando un importante número de ciudadanos a una parte de la resistencia iraquí, en el caso de Yemen confluyen otros intereses.
Uno de los temores (infundados, en opinión de la mayoría de observadores) es que el norte de Yemen acabe convirtiéndose en una realidad chií al estilo de Hizbulah en Líbano. Sin embargo, tras ese débil argumento se podrían encontrar los deseos de Riad de controlar la frontera que comparten y que todavía se disputan, y que alberga importantes yacimientos energéticos.
El otro argumento saudí, tal vez de mayor peso, gira en torno a las actividades de Al-Qaeda en la región. En los últimos tiempos, esta organización jihadista ha experimentado importantes transformaciones en la zona, como la transformación de las ramas yemení y saudí en «Al-Qaeda de la Península Arábiga», o el aumento de las operaciones de ésta tanto en Yemen como en Arabia Saudí.
El período de transición que se vive en ese reino del petrodólar, y donde al parecer estarían asumiendo papeles importantes algunos miembros de la Casa Real partidarios de políticas militaristas, muy al estilo de la era de Bush en la Casa Blanca, no parecen añadir rayos de esperanza a la situación.
EEUU cuenta con los gobiernos de Yemen y Arabia Saudí como fieles aliados en la región. Ambos son la punta de lanza de la estrategia norteamericana, que se mueve entre la «importancia para los intereses de Washington y el alto potencial de inseguridad». Si la campaña militar de EEUU ha desplazado a Iraq de las primeras páginas de los medios, donde ha sido sustituida por Afganistán, «la otrora guerra olvidada», algunas fuentes apuntan que algo similar puede pasar con Yemen, que en los últimos días habría desplazado a Somalia.
Desde EEUU hace tiempo que se ha diseñado una red de bases e instalaciones muy importantes en todos los estados de la Península Arábiga, considerada clave por su potencial energético y por su ubicación geoestratégica. Así, algunos han señalado que Qatar ha logrado atraer buena parte del personal militar estadounidense en la zona, lo que hace ha llevado a algunos a presentarlo como «el Pentágono del Golfo Pérsico»; a ello hay que añadir la importancia que adquieren las bases militares de EEUU en Bahrein, los proyectos en torno a Omán, o el uso de Kuwait como rampa de acceso a Iraq. Toda esa red se completa con la presencia de «personal militar y asesores» en Arabia Saudí y el complejo de entrenamiento militar en Jordania.
Las declaraciones de algunos militares norteamericanos, partidarios de intensificar su actuación militar en Yemen no deja dudas de que «EEUU ha abierto un nuevo frente en la lucha contra el terror». Los recientes bombardeos indiscriminados son una prueba más en esa dirección. Y si algunos episodios recientes, como el supuesto intento de atentado en Detroit, o los intentos, desde Washington, de relacionar al clérigo yemení Anwar al-Awlaki con el ataque en una base militar de Texas, tienden a centrar la atención sobre Yemen, EEUU lleva tiempo operando en ese nuevo frente.
Al-Qaeda, por su parte, también ha movido sus fichas. A su unificación habría que añadir los recientes ataques contra las fuerzas de seguridad yemeníes, y al indisimulado intento de aprovecharse de una situación que le puede ser muy favorable. La delicada situación del Gobierno central, ausente en amplias zonas del país; el importante rechazo de la población hacia la colaboración de su Gobierno con EEUU; las víctimas civiles que está generando la campaña militar de Washington, y las diferentes crisis que afronta Yemen, son un importante caldo de cultivo para el mensaje de organizaciones como Al-Qaeda.
Como señaló un prestigioso analista en el «Yemen Times» hace unos meses, «la comunidad política de Yemen ha experimentado en las últimas cinco décadas un imanato zaydi de carácter teocrático e isolacionista; ocho años de guerra civil; intervenciones militares externas directas e indirectas; ser una colonia británica; docenas de sulta- natos y emiratos; una federación; una república tribal conservadora en el norte; una república marxista en el sur; docenas de muertes políticas; múltiples guerras fronterizas; una república marxista y tribal unificada, y una destructiva guerra entre el norte y el sur», y todo ello hay que tener en cuenta al aproximarse a esa compleja sociedad.
Si la caracterización social tribal es un factor determinante, esa sucesión de acontecimientos ha empujado al Gobierno central a una lucha por su supervivencia, haciendo de ésta el eje central de su actuación, lo que le ha llevado a la «búsqueda de alianzas entre las diferentes élites políticas y sociales» que ha generado toda una red de favoritismos y tutelas.
La ausencia del Estado en muchas áreas y la incapacidad para dotar a la población de servicios básicos hacen que la situación empeore, y la inseguridad y la crisis económica y social son síntomas que preocupan.
Como remarcan algunos observadores, la situación apunta un riesgo muy elevado de que el colapso político, social y económico acabe convirtiendo al país en una sociedad fragmentada, dominada por «líderes tribales autónomos, señores de la guerra, ambiciosos defensores del sectarismo y extremistas religiosos», situando a Yemen a las puertas de convertirse en un nuevo Estado fallido.