GARA > Idatzia > Iritzia> Txokotik

Anjel Ordóñez | Periodista

De mandamientos y cornamentas

Es noticia estos días la toma de posesión del nuevo prelado de Donostia, José Ignacio... Te, te, te, te... es fuerte la tentación ¿verdad? Que se lo digan a Cristo. Pero, como él y salvando las distancias, resistiré al maligno y no pienso escribir una línea más sobre las intrigas diocesanas. Si en la Iglesia quieren cambiar de jefe, patrón, caudillo o lo que Dios quiera que sea un obispo, que lo hagan, tanto me da. Por eso, y para compensar, mejor si hablamos de sexo. Y de política. Cuando menos, el tema es de interés general.

Pues bien, aunque sin llegar al virtuosismo de Tiger Woods, me admira la constancia, el tesón y la perseverancia con la que se toma Clinton eso de ponerle los cuernos a la parienta, toda una señora secretaria de Estado de los Estados Unidos de América. En una sociedad tan severa en esto del puritanismo moral y religioso, y tan protectora de sus prohombres (y promujeres) como lo es la norteamericana, lo de Bill (el rápido) roza la categoría de atentado contra la autoridad, con agravante de reincidencia y sospechosa falta de higiene. Pero para reincidencia, la de Iris Robinson. Ya saben, la mujer del ya ex primer ministro norirlandés, Peter Robinson. Cuánta energía erótica, qué derroche de lascivia, ¡válgame Dios! Se lió con el carnicero, lo llevó a la tumba (es un decir) y, como si de un derecho hereditario se tratara, se calzó al hijo del finado, cuarenta años menor que ella, con una fruición y un desenfreno que hizo salir por piernas al púber temiendo verse reunido con su padre, víctima de una inevitable anemia extrema de origen orgásmico. Mucha Iris. ¿Adulterio? Más bien talento, mucho talento. Claro que el pagano ha sido el triste de su marido, que ha visto arruinada su carrera política y embarrada su dignidad de varón... Ya saben: además de cornudo, apaleado.

El mundo se divierte con estos episodios de miseria humana. ¿Quién se lo puede reprochar? Pero a poco que se rasca, la historia empieza a soltar un hedor a hipocresía que hiela el rictus y quiebra la sonrisa. Porque mientras unos y otras sacian sus instintos más básicos, condenan desde sus púlpitos de oro a quienes se desvían un milímetro del dictado de aquellos vetustos mandamientos. Los del padre Munilla. ¡Cachis! ¡El maligno!

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo