U n sindicalismo arraigado y sólido puede contribuir de forma importante en el devenir social y político de un país, tal y como muestra el ejemplo de Sudáfrica, donde fue una de las fuerzas decisivas tanto a la hora de hacer frente al apartheid como en la transición. Para calibrar la importancia del sindicalismo en Euskal Herria, la comparación con otros países -el caso irlandés, por ejemplo, muestra un sindicalismo que, al contrario que la Iglesia, apenas tiene influencia social- le dota de una gran importancia, y las iniciativas sindicales y políticas que la mayoría sindical vasca ha llevado a cabo en la última década refuerzan esa conclusión. Desde Lizarra-Garazi hasta las últimas movilizaciones, huelgas generales incluidas, las manifestaciones del sindicalismo vasco se han revelado como un elemento muy a tener en cuenta para conocer los movimientos que se suceden en la sociedad y la política vascas.

En ese contexto, y cuando la mayoría de la sociedad vasca reclama y espera movimientos en pos de un cambio político, las palabras de la secretaria general de LAB, Ainhoa Etxaide, en la asamblea que ayer celebró ese sindicato en Donostia, no resultan precisamente protocolarias. Al igual que en el campo sociolaboral, también en el político parece coincidir la mayoría sindical en cuanto al diagnóstico, lo cual debería ser base para un acuerdo que propicie un proceso democrático que desemboque en el cambio político. Así, la concreción de compromisos a la que llamó Etxaide, además de lógica, se revela necesaria.

En el largo camino recorrido por los agentes vascos hacia ese proceso democrático destaca una referencia: la propuesta de Anoeta, en su día saludada por la mayoría de la sociedad vasca y desarrollada hasta la declaración de Altsasu, y también la labor de personas como el anterior secretario general de LAB, Rafa Díez, hoy en prisión, inmejorable ejemplo de compromiso para todos aquellos que apuestan por el cambio político. Compromiso que puede hacer inevitable dicho cambio.