Catástrofe en Haití
Dos días después, a la espera de una ayuda crucial
La capital de Haití se ha transformado en un gigantesco cementerio y espera todavía la llegada de la ayuda internacional tras el terremoto que, según el Gobierno, podría haber causado más de 100.000 muertos y millones de damnificados. Cientos de miles de personas pasaron su segunda noche a la intemperie, sin agua ni comida ni luz. Dos días después del seísmo, los supervivientes miraban al cielo esperando ver pasar los aviones con la ayuda prometida.
Clarens RENOIS
B. LECUMBERRI
Perdieron sus casas y una parte de la vida en menos de un minuto y, desde entonces, se hacinan en el centro de Puerto Príncipe, convertido en un gran campo de refugiados en el que decenas de miles de supervivientes por el terremoto piden a gritos al mundo agua, comida y medicamentos.
«Haití ha vuelto a ser hoy el pueblo que no conoce los finales felices», lamenta Milien Roudy, acostado en un jardín, acompañado de su esposa y dos hijas, que no han probado bocado en las últimas 48 horas.
Sin premeditarlo, miles y miles de personas sin hogar se han ido reuniendo desde el martes por la noche en la conocida avenida de los Campos de Marte de la capital haitiana, cuyas plazas y jardines se han visto inundadas por un hormiguero de familias a la espera de ayuda.
Sucios, heridos, desesperados y llorosos, estos haitianos han improvisado coloridos trozos de tela para refugiarse y miran repetidamente al cielo esperando ver pasar los aviones que vendrán a socorrerles y les ayudarán a empezar de cero. Unidos por la desgracia, se cuentan sus historias que, en el fondo, son una sola: la casa se hundió bajo sus pies y una parte de la familia logró salvarse de milagro, y dejando atrás a algunos de sus seres queridos llegaron a los Campos de Marte con lo puesto. Así el tiempo parece pasar más rápido.
«Si la comunidad internacional quiere ayudar a Haití realmente, debería darnos el dinero a nosotros directamente y no al Gobierno», afirma James, que está a cargo de un campamento familiar de casi 50 personas, entre las que falta una, su hermana menor de 6 años, sepultada aún bajo los escombros de la casa familiar.
Con la ayuda de sus hermanos, este joven estudiante de 21 años saqueó un supermercado dañado por el temblor para conseguir arroz y agua que raciona con esmero ante la mirada con envidia de otras familias, que por segunda noche consecutiva no tuvieron qué cenar.
Las calles de Puerto Príncipe empezaron a convertirse en escenario de disparos y saqueos en supermercados parcialmente derrumbados, según relató a AFP Valmir Fachini, portavoz de la ONG brasileña Viva Rio, quien expresó su temor de que «si la comida no llega, eventualmente la población pueda comenzar a saquear casas».
«En 48 horas, nadie, ni Naciones Unidas ni ninguna autoridad, vino a darnos un vaso de agua», protesta Clement, un funcionario público instalado junto a los familiares de James. La avenida huele intensamente a polvo y orina y con las horas y el intenso calor, la situación sólo empeora. Algunos han bebido incluso el agua sucia de las fuentes públicas.
«No se han habilitado campamentos porque la ayuda tarda en llegar y nos da miedo dormir en casas semiderruidas. Si empezara a llover, esto sería terrible. No tendríamos dónde refugiarnos», afirma Clarisse, enfermera de 30 años.
El Gobierno calcula que unas 100.000 personas han podido morir por el terremoto -Cruz Roja estima que podrían ser entre 45.000 y 50.000- y el número de heridos y damnificados superaría los tres millones.
Rescate contrarreloj
Miles de personas yacen aún bajo las toneladas de escombros que bloquean las calles del centro de la ciudad y los cuerpos se alinean en sus calles. Cerca de dos mil cadáveres se amontonan ya frente a la morgue del Hospital Central, donde los cuerpos empiezan a pudrirse al sol ante la mirada impotente de sus compatriotas. En el jardín del centro médico, semiderruido por el movimiento telúrico del martes, los heridos suplican atención médica, dificultada también por la falta de combustible, y rezan para no acabar en el «patio de los muertos». Asustados y desamparados, confían en Dios.
Mientras, los equipos de rescate, desolados, trabajan a contrarreloj y sin los equipos adecuados para encontrar supervivientes bajo las ruinas.
Barrios enteros, escuelas, hospitales y edificios oficiales, incluida la sede de la misión de las Naciones Unidas (ONU), quedaron reducidos a escombros, entre los que los supervivientes deambulan en busca de comida o ayudan con sus manos a escarbar entre las ruinas para intentar rescatar a quienes siguen gimiendo y pidiendo socorro. Pero la esperanza de encontrar gente con vida se reduce con el paso de las horas.
En medio del caos, Haití espera una ayuda crucial que, sin embargo, sera difícil de administrar debido a la destrucción de los principales edificios oficiales.
La comunidad internacional ha acudido en su socorro y los primeros aviones fletados por numerosos países y ONG con equipos de rescate, alimentos y medicamentos empezaron a llegar ayer con cuentagotas a Puerto Príncipe para auxiliar a los supervivientes, más desprotegidos que nunca frente al hambre y las enfermedades, y rescatar a los que siguen sepultados. Un goteo que los haitianos esperan se convierta en la operación masiva prometida por varios países, entre ellos EEUU, situado a tan sólo 1.000 kilómetros de la isla asolada, aunque a última hora de ayer esta llegada de ayuda empezó a verse perjudicada por el cierre del espacio aéreo haitiano debido a su saturación. Los primeros en movilizar efectivos hacia Haití han sido sus vecinos latinoamericanos.
«No hay Estado para ayudarnos», repite Laurent, un universitario de 22 años, señalando frente a él el Palacio Nacional y las sedes de los ministerios, todos ellos derrumbados por el seísmo.
Sentado en sillas rescatadas de entre las ruinas, un grupo de ancianos ni siquiera tiene ánimo para conversar y mantiene la mirada perdida en la multitud que crece y crece conforme pasan las horas.
«Cuando uno ve tantos niños muertos piensa que el destino se ha equivocado con uno. Era más bien nuestro turno», dice finalmente Fortune Mynusse, de 75 años.
Las probabilidades de que se produjese un violento seísmo como el que ha devastado Puerto Príncipe eran altas, afirman varios expertos, para quienes el terremoto, el mayor sufrido en Haití desde 1770, debería acompañarse de réplicas en próximos días, semanas o incluso meses. Por la estructura y los lentos movimientos de la falla que discurre a unos kilómetros al sur de Puerto Príncipe, se había advertido en los últimos años de que en la región de se daban las condiciones para una actividad sísmica importante. Patrick Charles, ex profesor del Instituto Geológico de La Habana, aseguró en octubre de 2008 que los habitantes de la capital haitiana debían prepararse para un suceso inevitable. El ingeniero y geólogo haitiano Claude Prépetit, advirtió en 2009 de que «Haití es un lugar de alto riesgo». John Bellini, geofísico de USGS, explicó a AFP que «un terremoto de la misma magnitud a 200 km. de profundidad no habría causado tantos daños». Virginie MONTET
Un falso rumor de la inminente llegada de un tsunami provocó el pánico en miles de haitianos que en la noche del miércoles a jueves trataron de refugiarse en Petion-ville, un suburbio de Puerto Príncipe. Entre gritos, a pie o en auto, con mantas y los niños en brazos, miles de personas trataban de abrirse paso entre sus empinadas callejuelas. «Algunas personas sintieron fuertes vibraciones. De pronto hizo mucho frío y dijeron que el agua subía», señaló a AFP una mujer. Algunos dijeron que Jacmel había sido borrada del mapa por una ola gigantesca. Pero nada permitió confirmar que el nivel del mar hubiera subido. GARA