Haití agoniza y desnuda a Occidente
L as imágenes que llegan desde Haití apenas consiguen retratar en toda su crudeza la catástrofe a la que se enfrenta un pueblo que lucha por bordear el abismo sin conseguirlo. Cadáveres que se agolpan en calles, heridos que deambulan sin atención médica, huérfanos sin consuelo posible, hambruna en ciernes, amenaza cierta de epidemias y un intenso hedor a muerte son los macabros colores con los que se dibuja el desolador paisaje de sufrimiento que ha dejado tras de sí un terremoto que ha terminado de hundir a un pueblo hace tiempo semienterrado por la miseria.
Ayer, la falta de alimentos y ayuda humanitaria provocaba conatos de revuelta en las calles de Puerto Príncipe, en las que los supervivientes levantaban improvisadas barricadas hechas con escombros, cadáveres y miembros mutilados, y asaltaban almacenes de abastecimiento. Entretanto, el pequeño aeropuerto de la capital ni siquiera daba abasto para recibir a los aviones que trataban de hacer llegar medicinas y víveres a la población. Algunos se llevaban de vuelta sus preciadas cargas a otros estados, en espera de una mejor ocasión.
Y mientras la comunidad internacional continuaba con su particular acto de contrición amontonando envíos de partidas humanitarias o, como el Estado francés, llamando a condonar la deuda externa a Haití, algunos líderes espirituales se esforzaban por calmar la rabia que recorre medio mundo al encontrarse de frente con una catástrofe que ha desenmascarado a responsables más graves que el seísmo. «Haití es un país maldito que hizo un pacto con el diablo para independizarse de Francia», decía el predicador evangélico norteamericano Pat Robertson. Más cerca, el nuevo obispo de Donostia, José Ignacio Munilla, aseguraba que «nuestra pobre situación espiritual quizá es un mal más grande [...] que el que esos inocentes están sufriendo». Para Munilla, el terremoto ha sido una suerte de redentor que ha liberado a miles de haitianos de los sufrimientos mundanos y les ha facilitado el goce de la vida eterna. Pavoroso.