GARA > Idatzia > Iritzia> Gaurkoa

Haití: terremotos y safaris

En su artículo, Sabino Cuadra analiza información que la mayoría de los medios de comunicación han ofrecido y siguen ofreciendo sobre la catástrofe de Haití, comparándola con las películas de safaris que reflejan el punto de vista del cazador («occidental y pudiente»). Así, «el pueblo haitiano se ha quedado sin voz ni imágenes», y los protagonistas son otros: EEUU, UE, Francia, España... Sin embargo, la realidad de Haití es muy distinta de la mediática: los propios haitianos han reaccionado ante la catástrofe extendiendo redes de rescate de supervivientes y asistencia alimentaria. Y también lo es en lo referente a la «reconstrucción» del país que, en opinión del autor, «atenderá a los intereses de todos, salvo a los del pueblo haitiano».

Dice un proverbio africano: «Hasta que los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de la cacería seguirán glorificando al cazador». Las versiones que de los safaris tienen quienes se encuentran en los extremos opuestos del rifle no son sólo distintas, sino contrarias y opuestas. Los intereses de los cazadores (occidentales y pudientes, por lo general) y los de las piezas a abatir no tienen ningún punto en común, pero nadie nos ha contado nunca cómo se ven las cosas desde el otro lado del punto de mira.

En Haití, la cacería comenzó hace cinco siglos. Los primeros safaris extinguieron prácticamente la totalidad de sus nativos. Debido a ello, en 1517, el emperador Carlos I autorizó la trata de esclavos negros y la fauna nativa (carecían de alma y, por lo tanto, no eran personas, sino animales) fue sustituida por otra diferente. Los primeros habitantes de Haití no tuvieron historiador alguno que contase su exterminio. Los importados, tampoco. La historia fue contada tan solo por los bwanas de piel blanca, españoles primero, franceses después y yanquis en el último siglo.

Tras el último terremoto, la imagen-relato dada por los medios de comunicación ha seguido glorificando al cazador. Salvo contadas excepciones, el guión se ha asentado sobre tres actores principales. El primero de ellos, el del «galán» y «chico bueno» en la peli, corresponde a los países occidentales (EEUU, UE, Francia, España...) e instituciones internacionales (ONU...), quienes desde el primer momento han asumido -eso nos han dicho- las responsabilidades que les correspondían mediante el envío de recursos de todo tipo: personal militar y policial, alimentos, medicinas, medios técnicos...

El segundo papel, el de los porteadores, lo representan numerosas ONG, fundaciones y otro tipo de entidades (bancos, televisiones, actores...) que han recabado la solidaridad de la sociedad civil para hacer frente a los daños derivados del terremoto y, posteriormente, a la reconstrucción del país. Finalmente, el último protagonista, completamente pasivo y difuminado, es el propio pueblo haitiano que, por lo general, se nos ha mostrado como algo caótico, desorganizado, primario y, en gran medida, violento. Las imágenes nos han transmitido una realidad cuajada de tumultos, desorganización, rapiña...

El pueblo haitiano se ha quedado sin voz ni imágenes. A pesar de ello, las pocas versiones que han escapado al guión oficial impuesto nos han hablado del alto grado de madurez de esa sociedad que, frente a la mayor de las adversidades, ha sabido recomponer desde el primer momento sus redes de solidaridad familiares y locales. Por cada uno de los miembros de ONG que han atendido a heridos y repartido alimentos, miles de mujeres han levantado con ínfimos medios una nueva infraestructura de asistencia alimentaria y social para todo un pueblo. Por cada uno de los profesionales occidentales partícipes en las tareas de rescate, miles de personas han desescombrado a mano toneladas de cascotes. Por cada una de las ONG que allí trabajan, decenas de organizaciones y grupos sociales han estado a pie de obra, veinticuatro horas al día, haciendo frente al caos y al desastre.

Los medios alertan hoy del peligro de quienes aprovechan la ocasión para traficar con los niños y niñas abandonadas por causa del terremoto. Pero hace falta denunciar igualmente que también es un crimen que todos los años mueran en Haití miles de niños por causa del hambre, la desnutrición y distintas enfermedades curables. Por eso hay que afirmar que no sólo las mafias traficantes son criminales, sino también quienes imponen a Haití (Banco Mundial...) la pesada carga de la deuda externa que asfixia su economía y diezma su población. Porque tan ilegal debería ser la caza furtiva -traficantes de niños- como los legalísimos safaris organizados para mayor gloria y riqueza de los poderosos del planeta: EEUU, el BM...

El piadoso obispo Munilla ha afirmado mientras mostraba sus enjoyados anillo, báculo y tiara episcopal que «hay males mayores que lo de Haití» y que «deberíamos llorar por nuestra pobre situación espiritual y concepción materialista de la vida». A su vez, Miguel Sanz, haciendo alarde de humanidad, ha otorgado 30.000 miserables euros para la causa, ocultando la denuncia realizada por la Red de Lucha contra la Pobreza que ha señalado que el Gobierno Foral no ha entregado a las ONG lo que les corresponde por las donaciones particulares hechas en la declaración de la renta y ha incumplido la Ley Foral del 0,7 al dedicar estos dineros a otros menesteres menos nobles. Pues bien, preguntamos: ¿Por qué no recoge el Código Penal como delito todos estos hechos y sí otros por los que cientos de personas cumplen hoy largas condenas por delitos de opinión o apropiaciones indebidas de tres al cuarto?

El pasado siglo Haití soportó durante veinte años (1915-1934) la ocupación militar yanqui. Durante otros treinta (1957-1986) EEUU sostuvo la dictadura de los criminales Duvalier. En 2004, contando también con un firme apoyo yanqui, una rebelión dirigida por gánsters locales derrocó al presidente Aristide. Desde entonces, es la ONU-EEUU, quien gobierna Haití apoyada en sus más de 10.000 soldados y en un Gobierno fantasma. El Estado no existe, la Administración está vacía y el presidente aún no ha aparecido por las zonas más dañadas y campamentos.

Hoy en día, por cada médico enviado a Haití, se han mandado diez soldados; por cada dólar gastado en alimentos y medicinas, se han invertido más de diez en presupuesto militar. La «reconstrucción» del país atenderá a los intereses de todos (Estados Unidos, Unión Europea, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, ONG extranjeras...), salvo a los del pueblo haitiano. La prioridad será el pago de la deuda externa, la garantía del libre comercio, el saqueo de su naturaleza y contar con una base fiel a Washington cercana a Cuba. La historia de los nuevos safaris seguirán glorificando al cazador. Los leones seguirán sin contar con cronistas propios.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo