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Alvaro Reizabal Abogado

Una cosa es predicar, y otra...

Hay que reconocer que no han tenido el éxito deseable las alternativas que desde sectores laicos de la sociedad se han tratado de dar a las ceremonias religiosas que se celebran cuando alguien muere

No acostumbro a frecuentar iglesias. Antes, a veces, y casi siempre con motivo de un funeral, solía asistir, pero hace ya tiempo que pasé a engrosar las filas de los grupos de personal, cada vez más numerosos, que se quedan fuera del templo esperando la salida de la familia del difunto para expresarle su solidaridad.

Hay que reconocer que no han tenido el éxito deseable las alternativas que desde sectores laicos de la sociedad se han tratado de dar a las ceremonias religiosas que se celebran cuando alguien muere y, pese al paulatino decaer de los oficios eclesiásticos, lo cierto es que, a día de hoy, un gran porcentaje de estos rituales siguen celebrándose en la iglesia.

No encontramos otras formas alternativas de mostrar nuestro afecto a quienes sufren en esos momentos. Hace unos días y por motivos personales que no hacen al caso, tuve que asistir a un funeral. Así que hube de aguantar al pie del cañón, del altar en este caso, la perorata que nos largó el oficiante de turno. Me resisto a pensar que el discurso estaba pensando «intuitu personae» a la vista del pensamiento agnóstico cuando no directamente ateo de muchos de los presentes.

Pienso que estas cosas no se improvisan de un día para otro y que la chapa que nos colocó era la que tenía pensada para todos los funerales a celebrar en esos días, que a buen seguro serían más de uno, habida cuenta de la falta de mano de obra que acucia a la Iglesia católica, una de las pocas parcelas del sector servicios en que no se han notado los efectos devastadores del paro.

Sea por H, por B o por HB, lo cierto es que el oficiante empezó a dar caña a los agnósticos, porque no saben contestar a muchas preguntas que él y todos los creyentes se hacen, tales como qué hay después de la muerte. Ciertamente, las respuestas que ofrecía eran etéreas y, a mi modo de ver, de escaso rigor intelectual, apelando a conceptos indeterminados como la vida eterna y cosas por el estilo, pero el discurso iba in crescendo y los agnósticos aparecieron, de repente, relacionados con la catástrofe de Haití, en la que, entendí yo, tienen sus responsabilidades.

Ahí es nada. Parece que esto de opinar sobre Haití se lleva en la diócesis gipuzcoana desde que la comanda Munilla, que recientemente ya se metió en un jardín de difícil salida refiriéndose al mismo tema. Hasta su amiguete Patxi López, que con tanto ardor le había defendido hace bien poco, llegando a poner en duda que fuese conservador o españolista, tuvo que salir al paso de sus palabras y pedirle que rectificara sus incompresibles afirmaciones.

Patxi sabe que Monseñor, como él, es una pieza más del engranaje de españolización que pivota en torno a la Ley de Partidos, pero tampoco es cuestión de que se volatilicen miles de votos por mor de los desvaríos teológicos del, eso sí, celebre obispo José Ignacio. Por eso le pide que corrija: zapatero a tus zapatos. Que una cosa es predicar y otra dar... por saco.

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