Lucha libre en el Price
Lucha libre, más libre que nunca
La idea del director artístico José Antonio Ortega era tan sencilla como estrafalaria: enfrentar a artistas consagrados sobre un ring, usando como única arma su propio talento. El madrileño Teatro Circo Price, garante de la lucha libre espectacular, se ha atrevido con la apuesta de programar un espectáculo que genera tanta admiración como carcajadas.
Mikel CHAMIZO | MADRID
La lucha libre vuelve al Price, pero lo hace sin luchadores. Los contendientes son, en su lugar, músicos, malabaristas y bailarines. Curiosa vuelta de tuerca a un género, el de la lucha libre, que siempre ha estado ligado al coliseo madrileño, incluso cuando el Teatro Circo Price no estaba ubicado en la actual Ronda de Atocha, sino en la céntrica Plaza del Rey, a un paso de la Gran Vía. Y es que, a finales de la década de los sesenta, eran muy populares en la capital las sesiones de lucha libre de los miércoles noche en el Price, para las que había que hacerse con entradas con bastante antelación. El Price siguió programando lucha libre en los setenta, ocasionalmente también en los ochenta, pero la tradición se fue perdiendo a la par que se diluía el interés del público por la lucha libre nacional. En los noventa las estrellas fueron los luchadores americanos de la WWF y la WCW, de dos metros de altura y toneladas de músculo, héroes titánicos de la patada voladora y la garra de la muerte a quienes los aficionados al género, que ahora se llama «pressing catch», admiraban religiosamente cada sábado por la mañana en Telecinco. Después llegó el cambio de milenio y, con él, el resurgimiento, sinuoso pero firme, de un tipo de lucha libre más terrenal, un tanto freak incluso, como es la lucha libre mexicana. Así que el Price, ya convertido en un circo muy respetable, volvió a acoger un espectáculo de mamporrazo limpio entre sus paredes circulares. Fue en el 2008 y con un plantel estelar: El Hijo de El Santo, Blue Demon Jr., Corazón de Barrio, los enanos Octogonín y Mascarita Sagrada, y hasta el luchador travesti Cassandro.
Las veladas de lucha libre mexicana fueron todo un éxito, así que era de esperar que, tarde o temprano, el Price volvería a traer la lucha libre a su programación. Lo que nadie se esperaba es la forma en que lo han hecho. En ocho Grandes Veladas, desde el pasado sábado y hasta el domingo que viene, «la lucha libre vuelve al Price. ¡Sí!, pero no. Vuelve la lucha, el combate de creadores, la energía, el sudor, la pelea entre artistas, hombres y mujeres de gran talento». Son palabras de Pere Pinyol, director del Price, y resumen muy bien la idea, algo estrafalaria, de estas veladas de lucha libre. Aunque para nuestro representante en las contiendas, el bailarín Igor Yebra, «más que estrafalario es surrealista, en el buen sentido de la palabra». ¿Por qué un bailarín de extracción tan clásica como Yebra se mete en un berenjenal como éste? «Porque hay que experimentar campos nuevos para lo que nos pueda deparar el futuro -explica-. Y un espectáculo como éste, por más vueltas que le doy y lo comparo con todo lo que he visto en el mundo, me parece absolutamente novedoso».
Pero será mejor que intentemos explicar de qué va todo este asunto. Asistimos a la Cuarta Gran Velada de lucha libre, la del miércoles. Ocupamos nuestras localidades cerca del cuadrilatero, un ring en toda regla, que a la hora en punto es tomado por el maestro de ceremonias: Pepín Tre. Tras darnos las gracias y la bienvenida, nos transmite su intención de orientarnos sobre el espectáculo que vamos a presenciar, además de introducirnos con una breve historia de la lucha libre, para acto seguido sumergirse en una explicación tan surrealista como desopilante. Da gusto comprobar que Pepin Tre, que ya está un poco mayor, sigue haciendo gala de un humor tan afiladamente intelectual como siempre. Además de presentar a los contendientes, se encargó de amenizar los intermedios entre combates, para regocijo de un público que se mondó con sus relatos sobre un Sigmund Freud metido a la industria de los turrones, cómo hacer una tortilla de nenúfares o la cosechadora Hunter de 7500 toneladas que sorteaban al final del espectáculo.
Los combates
El primer combate, a dos asaltos, enfrentó a los malabaristas portugueses Francesa Lissia, «La niña indomable», y Celso Pereira, «El piernazas». En un contexto de «corro por aquí, salto por allá, te empujo y forcejeamos», fueron construyendo hermosas piruetas y posiciones típicamente cirquenses, por ejemplo, ella haciendo el pino con una mano sobre la cabeza de él. Muy bello y espectacular, y muy bien conjuntado con la música minimalista que los acompañó. Eso sí, nos quedamos sin saber quién de los dos gana el combate, pues de tanto luchar terminan completamente enamorados y besándose.
El segundo duelo enfrentó al violinista libanés Ara Malikian con el pianista canadiense Serouj Kradjian. Comienza el primer asalto y sólo vemos a Malikian sobre un cuadrilatero vacío. Extraño. Comienza a tocar, o a improvisar, un remix de melodías de tinte oriental, persas o armenias, música de salón, fragmentos de conciertos para violín clásicos, etcétera.. y así estamos, anonadados con el virtuosismo de Malikian, cuando de repente descubrimos que hacia el ring va descendiendo lentamente un piano de cola desde unos veinte metros de altura... ¡con pianista incluido! El combate transcurre como era de esperar: a ver quién toca más rápido, más fuerte o con más «fuoco», con una sorprendente expresividad corporal por parte de Malikian, que es capaz de tirarse al suelo y revolverse por el polvo mientras toca la endiablada cadencia del concierto de Sibelius. Ambos tienen que terminar a balazos, pero los últimos segundos, un lírico dúo mientras el piano se eleva hacia las alturas, fue algo mágico.
El tercer combate de la noche enfrentó a Sol Picó, «La ninfa voladora», con Igor Yebra, «El dandi», al son de la música de «El huracán del Cáucaso», Malikian nuevamente. Tras la presentación de Igor Yebra bailando una chacona, y la de Sol Picó volando sobre el público en una grúa, comienza un combate totalmente esperpéntico, por el contexto surrealista al que adaptan fragmentos de coreografías clásicas. El contraste físico entre un estilizado y pasota Yebra y una pequeña pero cabreadísima Sol Picó resultó también de lo más divertido. Momentos estelares fueron, por ejemplo, el tener que detener el combate porque Picó había perdido el pendiente, o cuando enzarzados en una posición comprometida Malikian comenzó a tocar el «Bésame mucho».
Cuarto y último combate de la noche: el bailaor Israel Galván, «El zapatitos», se enfrenta al grupo flamenco «Los tres mil». Uno no sabe muy bien qué decir, porque el surrealismo llega a un límite extremo con este número. Galván comienza haciendo una deconstrucción en solitario de los movimientos del flamenco, increíblemente expresiva. Se enfrenta después, siempre bailando, a un boxeador que es cantaor y que le da una buena paliza. Finalmente llegan los tres mil, con una presencia física la mar de simpática con sus barrigones enfundados en monos de luchador, para montar ahí un cuadro flamenco de los buenos. Pero Galván termina por tirar la toalla.
Enigmático.Tras estas veladas de lucha libre uno sale del Price entre divertido y desconcertado, pero con la sensación de haber asistido a algo irrepetible. «Algún día se lo podrán contar a sus nietos», dice Pinyol. Muy cierto.