Aitxus Iñarra | Profesora de la UPV/EHU
Conversación a dos
Acostumbrados como estamos a hablar sin escuchar, conviene meditar sobre el significado y la importancia de mantener una conversación verdadera. Iñarra lo hace de manera magistral y para ello, entre otras cosas, hace referencia al maravilloso relato de «Las mil y una noches».
La palabra dicha al oído del otro es una fuerza que se desconoce: que desconoce su poder. Nos aliena o nos cambia la vida. «Si tu palabra no mejora tu silencio, calla» dice el clásico. A lo largo del día hablamos de nuestras preocupaciones íntimas y sociales, de nuestros problemas y gozos, de cosas graves o intranscendentes... Conversamos, en definitiva, y en distintos contextos surgen charlas muy diferentes. Hacemos conversaciones informales, como son las que surgen en las relaciones familiares o entre amigos. Otras en cambio pueden ser sumamente formalizadas. Un ejemplo extremo de estas últimas es el diálogo ritualizado en la sala de juicio entre el acusado y un juez, y en la que éste último, ejerciendo su rol de poder, establecerá una nueva realidad social cuando pronuncie la sentencia.
Algo tan universal y humano como es la conversación encierra una capacidad creativa y transformadora, oculta quizás, por el mundo de las convenciones sociales, de los hábitos y del automatismo rutinario. En este sentido podemos reflexionar sobre el tipo de conversaciones que mantenemos en la familia, en el ámbito laboral, en la educación o en cualquier otro ámbito de lo privado o de la vida social; y podemos pensar si estas conversaciones obedecen a la fabricación de mundos ya conocidos y repetitivos o, por el contrario, estimulan la creación de universos más interesantes, menos rutinarios y más sentidos. Si nos cristalizan en una imagen pobre de lo que somos o si la convertimos en un elemento importante de transformación en las relaciones cotidianas.
La historia de la conversación se va modulando en función del contexto sociocultural y político de cada época. Así, cuando Gutenberg imprimió en 1456 el primer libro se produjo un cambio fundamental en la vida de la cultura en general. Este suceso trajo la expansión del conocimiento al «vulgo» facilitando su acceso a saberes restringidos a minorías. De este modo enriqueció e influyó notablemente en el lenguaje escrito y en el oral y, más en concreto, en la conversación.
También ha habido intentos por estructurar y reconducir la charla cotidiana. Este hecho es conocido en instituciones tan diversas como el monasterio, la cárcel, el Ejército, la fábrica o el aula, en donde la distribución del silencio y la palabra está altamente reglamentada. Sin embargo, la normativización se extiende también a otras prácticas. Prueba de ello es que hasta hace poco todavía se han escrito manuales, en los que se recomienda y se pauta a los distintos grupos sociales, a hombres y mujeres cómo hablar, qué decir o no decir en determinados encuentros sociales, y cuándo debían guardar silencio o tomar la palabra. Toda una manera, en definitiva, de formalizar a través de cánones uno de los registros del lenguaje más espontáneo, además de constituir un intento de ejercer el control sobre los diferentes grupos en esta práctica cotidiana.
Actualmente, en la sociedad de la información y del conocimiento constatamos una transformación importante en lo que a hablar se refiere. Los medios, creadores de la cultura de masas, fabrican y versionan acontecimientos que se suelen tomar como significativos y objetivos. Nos proveen, en definitiva, de numerosos datos, relatos, ficciones y versiones interesadas, que frecuentemente se asumen de modo automático como si fueran «reales», «naturales». Por ello si el destinatario no discierne, termina convirtiéndose en canal propagador en sus conversaciones con los otros, no solamente de todo eso que ha visto y escuchado, sino también en su manera de abordarlo, expresarlo y vivirlo.
Podemos, asimismo, constatar como nos convertimos en actores y testigos de la proliferación de las nuevas formas mediatizadas de conversación, progresivamente más controladas y vigiladas por la cada vez más sofisticada tecnología, y que van desplazando la interacción espontánea del cara a cara. Tal es la conversación tecnológica del chateo o la conversación que se establece mediante el teléfono móvil y que incorpora «oyentes obligados» en numerosos ámbitos de la vida social.
Pero lo que evidenciamos, sobre todo, es que la vida es una continua conversación, una intensa interacción. Nos pasamos charlando todo el tiempo. Dialogamos con nosotros mismos, prueba de ello es la incesante charla interior en la que toman parte los distintos aspectos o yoes que integran nuestra personalidad. Y, también lo hacemos con los otros mediante la interconexión del encuentro social. Así que, dada la importancia de tal evento, debemos reparar en la conciencia de lo que hablamos o cómo hablamos; pero sobre todo qué sucede cuando conversamos y si ha cambiado algo en el universo propio y del interlocutor cuando hemos concluido una conversación.
Las conversaciones exteriores penetran en nuestra mente produciendo efectos de todo tipo, cambios en los estados de ánimo, en los pensamientos, en el sentir. Sin embargo, también sucede que la conversación puede devenir en mecánica, lo que sucede cuando uno se torna esclavo de sus propios clichés o de los ajenos. Por ello, frente a este tipo de conversación automática muy extendida en la cultura de masas, planteamos la necesidad de una conversación cuyos interlocutores sean conscientes. A ella nos referimos como la buena conversación.
La buena conversación es una práctica que exige apertura por parte del interlocutor para poder interpretar y crear desde la atención. La cualidad de la buena conversación no está relacionada con el saber, ni el bien hablar, sino con la capacidad de observación y discernimiento de los interlocutores en el contexto social. Consiste en la conversación atenta, es decir, en la conversación que nos transforma haciéndonos más conscientes. Es el poder de la conversación que decíamos al principio. Un poder que ignoramos, pero bien conocido desde antiguo como refleja el prodigioso relato de «Las mil y una noches». Recordémoslo.
El rey Schahriar enloquecido de dolor y desengaño por la infidelidad de su esposa, la mata, e inicia una práctica consistente en amar cada noche a una doncella del reino, y a continuación, hacerla ejecutar. Esta carrera destructiva le lleva a Sherezade, la hija del visir, a pedirle a su padre que le presente al rey. Una vez que consigue vencer su resistencia, Schahriar la toma por esposa, y esa misma noche ella da comienzo a su cadena de relatos. Al llegar la mañana el rey le deja vivir porque desea conocer el fin de la historia. No sabe que la historia se prolongará, noche tras noche en una sucesión de personajes, situaciones, acontecimientos e intrigas.
Pasadas mil noches de relatos Sherezade se detiene. Se muestra ante ese hombre con lo que ella es y los hijos que han creado en ese tiempo, confiando en que el flujo de su palabra lo ha transformado. Acierta. Pero, ¿qué ha pasado? Sherezade le habla atentamente, pues está su vida en juego. Sabe que con su narración construye la escucha del otro, logrando suscitar hábilmente su atención. Y, noche tras noche fabrica mediante la narración y la escucha universos inéditos, es decir, un mundo simbólico, evocador, pleno de pensamientos y de sentir que finalizará con la transmutación del rey.
La buena conversación es, por tanto, el arte atento de los interlocutores en la creación de la realidad simbólica. La conversación desde la atención es un suceso compartido que consiste en la co-creación de universos nuevos. El interlocutor, consciente del universo propio, no tiene la actitud de dar por sentado, ni tampoco utiliza como estrategia la búsqueda del beneficio. Es entonces cuando se produce la conversación a dos. Un encuentro situado fuera de la clasificación, del estereotipo y del hábito; y el diálogo se llena de posibilidades, ya que aumenta la percepción, y surge la conexión sinérgica de la palabra consciente.