Educación y deporte
La violencia en el deporte escolar gana por goleada
«¿Qué vamos a hacer?», gritan en corro jugadores de 11 años antes de empezar el partido. «¡Gana, ganar y ganar!», responden al unísono. ¿Dónde quedó aquello de que lo importante era participar? Dos expertos analizan para GARA la latente agresividad, sobre todo verbal, en el deporte base.
Joseba VIVANCO
Varios espectadores del encuentro detallaron que la trifulca ocurrió a raíz de los comentarios de uno de los entrenadores tras una falta pitada por el árbitro durante un partido que disputaban los equipos de Arteaga y Askartza, de la categoría alevín de la liga escolar de Bizkaia. Uno de los espectadores increpó y golpeó al entrenador del Askartza y, tras ese incidente, intervinieron en la pelea varias personas más. En ese momento, bajaron al campo un hombre y su hijo de 17 años para intentar mediar en la riña, pero el menor recibió un puñetazo de uno de los seguidores del otro equipo».
Es el relato remitido por la Ertzaintza tras este incidente ocurrido en marzo del año pasado. Un claro ejemplo de violencia en el deporte escolar en su máxima expresión. El problema es que en menor grado, esa agresividad en los terrenos de juego, sea de fútbol u otras disciplinas deportivas de equipo, ocurre más veces de lo deseable.
Un reciente estudio impulsado por la Diputación vizcaina con la colaboración de la Federación de Fútbol del mismo territorio ha concluido que en un 15% de los partidos analizados se dieron casos de violencia, fuera física o verbal. Se trata de una investigación piloto que se llevó a cabo tras analizar 346 actas arbitrales de la temporada pasada en categorías que iban desde benjamines hasta infantiles.
Según el resultado de este estudio, en la mitad de los casos en que se produjo algún tipo de violencia, ésta se dio tanto dentro como fuera del campo, si bien fuera del mismo lo que predomina es la agresión de tipo verbal. «¡Vete a la peluquería!», le gritaba hace unos días el padre de un jugador de 11 años a una joven colegiada que arbitraba un partido en la liga vizcaina. Y en un terreno de juego se suelen escuchar cosas peores.
Apenas hay prevención
La idea del Comité Vasco contra la Violencia en el Deporte, dependiente de Lakua, es que el análisis se extienda también a Araba y Gipuzkoa durante la presente temporada y, al mismo tiempo, impulsar un programa dirigido a monitores deportivos. Algo similar ya se hizo en 2004 en las disciplinas de fútbol, balonmano y baloncesto, chequeando más de 11.000 partidos. Entonces, se detectaron 758 casos de presencia de violencia verbal y 130 de violencia física, focalizándose la mayoría de casos en actividades masculinas y entre los participantes de más edad.
Cualquiera que asista un fin de semana a algún partido de estas categorías -hablamos de menores de 14 años- puede encontrarse con alguna de estas imágenes poco recomendables para los jóvenes deportistas. «Si insultas al árbitro, desprecias a los contrarios, discutes con los espectadores o contradices al entrenador, es muy probable que ellos también lo hagan», advierte una guía titulada ``Cuando son tus hijos e hijas los que están en juego'', elaborada en su día por, entre otros, la actual sicóloga del Athletic Club, María Ruiz de Oña.
Un documento del que también es coautor Luis Mari Iturbide, profesor de Sicología Dinámica y Sicología del Deporte de la UPV-EHU. «El deseo de ganar, el interés por derrotar a un determinado equipo, la importancia de un partido para la clasificación final... hace que algunos padres o entrenadores olviden la vertiente lúdica y formativa del deporte y se comporten de forma poco didáctica, convirtiendo lo que tenía que ser una agradable experiencia para el niño en un lamentable espectáculo», se lamenta.
Si se rastrea en Internet en busca de programas o iniciativas encaminadas a prevenir la violencia a estos niveles deportivos, uno se encuentra con... nada. «Realmente, la principal atención en relación con la violencia en el deporte la recibe el deporte profesional, y en particular el fútbol», responde uno de los pocos investigadores en este terreno a nivel estatal, el sicólogo de Ciencias de la Salud y el Deporte de la Universidad de Zaragoza, Fernando Gimeno Marco. Aragón es una de las pocas zonas donde existe un programa específico de prevención de la violencia en el deporte base y otro dirigido a padres y madres. Una idea, la primera, que el año pasado se trasladó a la categoría cadete del fútbol en la capital gasteiztarra.
Es escolar porque debe ser educativo
En Araba, el Departamento foral de Euskera, Cultura y Deportes ha ampliado este curso de tres a ocho centros educativos la participación en el programa de prevención de la violencia en el deporte escolar. Está dirigido a monitores de menores con edades entre los 8 y los 12 años y pretende también implicar a los padres. «Prevenir situaciones de violencia en el deporte escolar alavés y reducir los incidentes», resumió recientemente el objetivo de esta actividad la diputada Lorena López de Lacalle. Una de las iniciativas es el llamado «balón deportivo», por el que los jugadores entregan balones de cartón, con mensajes incluidos, a sus padres y al público antes de cada encuentro.
«En el deporte base -explica el propio Fernando Gimeno- casi todas las comunidades autónomas tienen programas de divulgación para fomentar la práctica deportiva y, con ella, el juego limpio, pero muy pocos, realmente, profundizan para comprender y dar respuesta al fenómeno de la agresividad y de la violencia».
Una idea que comparte Luis Mari Iturbide. «Lamentablemente, y a pesar de que existen meritorias excepciones como el programa de prevención de la violencia del Comité Vasco contra la Violencia en el Deporte, estamos todavía muy lejos de conseguir que se materialice esta declaración de intenciones y se aplique realmente este código de juego limpio para el deporte infantil».
Solitarios goles contra la violencia en el deporte base. Como escribiera Luis Solar, hasta no hace mucho coordinador de la cantera de Lezama, «el deporte llamado escolar no tiene este apellido por tener lugar en centros educativos, sino por constituir un medio de la educación».
Si uno fija la mirada en el deporte base, lo que se suele ver lo dibuja Iturbide al afirmar que, por lo general, «se persigue el resultado y la victoria por encima de otro tipo de objetivos formativos. La organización de eventos responde más a los intereses y al prestigio de los clubes, colegios y asociaciones que a un proyecto educativo consensuado. Y la competición se convierte en una práctica elitista y selectiva, para la que tan sólo son aptos los mejores».
Precisamente, esa competitividad mal entendida es uno -eso sí, uno más- de los embriones de una agresividad y una violencia que, casi siempre, tienen a los jóvenes deportistas como testigos mudos. «Efectivamente, la grada y los entrenadores son factores que explican más del 50% de la agresividad y la violencia en el deporte base», afirma. En cualquier caso, aclara que se trata de un fenómeno «multicausal». Por ello, matiza que «querer explicarlo únicamente sobre la base de uno de los posibles determinantes, por ejemplo, la obsesión por ganar, supone limitar su comprensión, pero sobre todo la forma de actuación en cuanto a estrategias de prevención antes de que ocurra el incidente y cuando ya ha ocurrido».
Padres y entrenadores ¿culpables?
¿Qué hay, entonces, detrás de esos comportamientos? Está, defiende este experto, «junto a la obsesión por ganar, el entender el deporte de competición de una forma limitada, parcial y reduccionista en el sentido de que sólo se es bueno o se ha jugado bien cuando ganas al contrario».
Pero, además de este afán mal entendido por la victoria, «encontramos también otros factores como no soportar la frustración de no conseguir el objetivo que se pretende, la ansiedad social de, por ejemplo, el entrenador que no quiere «quedar mal» o «en ridículo» delante de su afición o sus jugadores, entender al jugador o equipo contrario como «el enemigo a batir», la proximidad física de las aficiones o de la grada con respecto al terreno de juego, la deficiente formación técnica y sicológica de los entrenadores que les lleva a suplir sus carencias con estrategias de fuerza y de tipo autoritario, el desconocimiento de las reglas de juego....». Un fenómeno «multicausal», repite el sociólogo.
Su colega Luis Mari Iturbide reconoce, no obstante, que madres y padres «desean lo mejor para sus hijos en todos los aspectos de la vida, y el deporte no es una excepción». El problema radica en que, «con más frecuencia de la que sería de desear, la ansiedad asociada a la consecución de ese deseo les conduce a manifestar conductas que pueden tener una influencia negativa en el proceso formativo inherente a la práctica deportiva de sus hijos o hijas». Y ocurre lo que ocurre. «Amparados en el anonimato que proporciona el grupo, pierden la cordura, la educación y el sentido de la responsabilidad», sentencia.
Otro tanto les sucede a muchos entrenadores. «A pesar de algunas honrosas excepciones, la realidad es todavía más reveladora y desalentadora: la mayor parte de las personas que encontramos entrenando a niños y niñas en el deporte de base no tienen ningún tipo de preparación sico-pedagógica».
Una realidad que se está tratando de revertir por parte de las federaciones deportivas. Pero, insiste, «no deja de ser una situación paradójica: las personas a las que confiamos y encomendamos la educación deportiva de nuestros hijos e hijas no están preparadas para llevar a cabo tal menester».
En el fondo, quién sabe, quizá resida una idea equivocada por parte de padres y entrenadores, que parecen creerse los protagonistas del juego. «Estoy de acuerdo», responde Fernando Gimeno. Luis Mari Iturbide también lo tiene claro: «Devolvamos el protagonismo a quien nunca debió perderlo, los niños y niñas. Que jueguen, progresen y crezcan; que aprendan a participar y a competir con deportividad, a respetar a los demás y a las reglas del juego; que entablen nuevas amistades y, sobre todo, que se diviertan, porque si no se lo pasan bien, enseguida abandonan».
Así las cosas, Iturbide da un último consejo para el próximo fin de semana: «Insistir demasiado en la trascendencia de un partido o en la obligación de ganar es un error, casi tan grave como enzarzarse con otros padres en discusiones bizantinas, que suelen acabar en escándalo y disputas».
«No sé papá... ya no es como antes. Ahora no me das una palmadita cuando termina el partido ni me invitas a un refresco. Vas a la grada pensando que todos son enemigos, insultas a los árbitros, a los entrenadores, a los jugadores, a los padres del equipo contrario...
¿Por qué has cambiado? Creo que sufres y no lo entiendo. Me repites que soy el mejor, que los demás no valen nada a mi lado, que quien diga lo contrario se equivoca, que solo vale ganar.
Ese entrenador del que dices es un inepto, es mi amigo. El que me enseña a divertirme jugando y a amar éste deporte.
El chaval que el otro día salió en mi puesto.. .¿te acuerdas?... sí hombre, aquel a quien estuviste toda la tarde criticando porque no sirve ni para llevarme la bolsa, como tú dices. Ese chico está en mi clase. Cuando lo vi el lunes, me dio vergüenza.
No quiero decepcionarte. A veces pienso que no tengo suficiente calidad, que no llegaré a ser profesional del fútbol y ganar cientos de millones como tú quieres. Me agobias. Hasta he llegado a pensar en dejarlo, pero me gusta tanto...
Por favor, no me obligues a decirte que no vengas a verme jugar».
15%
son en los que se registró algún tipo de violencia verbal o física de entre 346 actas analizadas de encuentros de fútbol base en Bizkaia.
8
alaveses toman parte este curso en un programa de prevención de la violencia en el deporte dirigido a escolares de entre 8 y 12 años y sus padres.