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BHL Superstar

Iñaki URDANIBIA Crítico literario

Al «empresario del vacío» del que hablasen Gilles Deleuze, Cornelius Castoriadis y Pierre Vidal-Naquet refiriéndose al papel de BHL en la editorial Grasset como director de colección, a la hora de impulsar el movimiento de los nouveaux philosophes, es decir, de promocionarse a sí mismo, a André Glucskmann et compagnie, le han pillado en un marrón: cita a autores imaginarios, como autoridad, picando el anzuelo que algún «pescalistos» le ha tendido.

Desde luego no es la primera vez que la falta de rigor asoma en este «filósofo de la camisa blanca», que dijese con desenfado Jorge Semprún. No me detendré en las argumentaciones falaces de los «nuevos filósofos», que, como dijese con tino Deleuze, empleaban las mayúsculas como dientes huecos, para no hacer otra cosa que detener cualquier forma de resistencia a los poderes y facilitar así un rétour à l´ordre del pesebre neoliberal, capitalo-parlamentario, en el mejor de los mundos posibles. Sí quisiera recordar, siguiendo con el rigor de nuestro «santo», su aparición estelar en el Kursaal donostiarra en un acto organizado por ese batiburrillo visceral formado por bastaya, forodermua o fundaciónparalalibertad, tanto monta monta tanto: la gran figura mediática francesa no se cortó en comparar a un zascandil local con Jean-Paul Sartre (a no ser que se refiriese al estrabismo; no sé). No hay sitio para seguir la enumeración de palabras huecas y/o falaces de este «nuevo teólogo», que dijese Daniel Bensaïd, como tampoco hay lugar para dar cuenta de su maestría a la hora de utilizar sus relaciones para tejer una red de amistades y de favores-con-vuelta que luego le van como anillo al dedo para su autopromoción e incienso; sirviéndose para ello de su cargo de director editorial, articulista, consejero del príncipe, de la Bolsa, heredero con una fortuna incalculable, y hasta de bodas de conveniencia.

La sociedad del espectáculo y del pensamiento-basura necesitaba un intelectual prêt-à-porter y lo ha encontrado a la medida. Leyendo a BHL nadie se atragantará por complejidad de pensamiento. Sus frasecitas se digieren rápido... y sumergen al lector en simplificaciones sin cuento, maniqueísmos, facilonerías, y en medio siempre la belleza deslumbrante de un figurón que repite ad nauseam: «Como ya decía yo», aunque en realidad hubiese dicho todo lo contrario. ¿Quién se va a molestar en cotejarlo?... Un hombre a un enorme ombligo pegado, un representante aguerrido de la pub-pensèe, o quizá mejor de la poub-pensée (por lo de poubelle).

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