La gota malaya es sinónimo de una tortura dilatada, capaz de causar deterioros en la voluntad del torturado a base de una gota que repite y repite y repite su golpeo en una parte del cráneo. Metafóricamente hay muchas gotas malayas en nuestra vida cotidiana, una persistencia en mentiras, mensajes, indecencias varias que golpean en los medios. Pero hay algo que empieza a ser una constatación de una violencia sorda, de una tortura ejercida desde el soterramiento de la voluntad y que huele a sacristía, a convento, a régimen eclesial. La llamamos la gota vaticana porque las noticias que pasan los muros del seminario, del colegio. internado o que superan el secreto de confesión se han convertido en algo demasiado habitual.

Nos referimos a los abusos sexuales sobre menores. Mercedes Milá en «Diario de...» se acercó a unos de supuestos casos en un instituto. Pero los noticiarios nos dan noticias sobre desmantelamiento de redes de consumidores de vídeos pornográficos con menores con una frecuencia preocupante. Se hacen detenciones por docenas, se requisan vídeos, archivos, materiales, pero parece ser que la metástasis ha invadido el cuerpo social de una manera general, porque se reproducen los casos a los pocos meses.

Probablemente hay exageración, mala información. Es una cuestión tabú que estigmatiza, que se oculta, pero que responde a unas prácticas criminales ancestrales, porque aseguran los especialistas que quien ha sufrido este tipo de violencia está predispuesto a repetirla.

La última noticia es que han descubierto que alguien de un coro de la capilla del Vaticano reclutaba jóvenes varones para la prostitución. Es una salvajada más. Tantos casos crean alarma social, coartan la libertad, pero la casuística empieza a ser excesiva, y diga lo que diga el Papa ahora, es en esa organización religiosa sectaria donde se producen y se han producido más casos que hacen sospechar de que sea algo tan instaurado que ni siquiera lo entiendan como pecado. La gota vaticana es que los que pueden ser violadores, abusadores, prediquen desde el púlpito y den lecciones de moral. Indeseable situación que desgraciadamente puede ser habitual.