Dicen los del Gobierno que van a llevar la palabra de las víctimas a las aulas. De las víctimas de terrorismo. Del terrorismo de ETA, claro está. No hay otro. Sus experiencias contadas en primera persona formarán parte del currículo de Educación para la Ciudadanía. La misma asignatura que enseña que España es una democracia donde un individuo designado por Francisco Franco Bahamonde como su sucesor reina y sanciona todas las leyes que rigen los destinos de nosotros, sus súbditos, es decir, de los que somos ciudadanos españoles por voluntad propia o por el poder que otorga el poseer unas fuerzas armadas.

Una de las posibles vícti-mas/docentes ha declarado, haciendo referencia a los anteriores gobiernos vascos, que «la ambigüedad es absolutamente perjudicial desde el punto de vista educativo. Los valores se transmiten con criterios claros y un hecho terrorista es siempre un hecho de maldad. Existe la bondad y la maldad, y eso hay que enseñárselo a un niño».

La Bondad y la Maldad. Casi nada lo del ojo. Lo que antes se impartía en la clase de religión y moral católica, adoctrinamiento de los niños y niñas acerca del Bien y del Mal por sacerdotes y seglares elegidos por el Obispado, ahora quiere ser trasladado a las clases dependientes de los departamentos de Filosofía. Y pretenden que sus miembros aclaren y separen el Bien y el Mal. Largo me lo fiais, queridos gobernantes. Casi todos mis amigos y conocidos implicados en la filosofía todavía no acaban de aclararse con relación a qué es verdad y qué mentira ni siquiera en sentido extramoral, como para definir el Bien y el Mal con mayúsculas.

Hace ya mucho tiempo que está resultando excesivamente abusiva la legitimación que procura el estado de víctima permanente. Pareciera que le otorgara al sujeto en cuestión un carácter sagrado que impidiese de facto el ser contrariado y mucho menos contradicho. Bien es cierto que no todas las llamadas víctimas del terrorismo o de la violencia han entrado a formar parte del circo político y mediático. Muchas se han negado a servir a unos propósitos políticos concretos, pero otras, las más mediáticas, desempeñan un protagonismo que no les corresponde.

El significado de víctima va inexorablemente unido al sufrimiento y no existe ningún ser humano que, en mayor o menor medida, no haya pasado por él. ¿Cómo podemos explicar, entonces, la existencia de individuos cuyo ser social sea el de ser víctimas permanentes y que ello les atribuya razón y sabiduría ya hablen de política, de leyes o de moral y ética si no es porque voluntaria o involuntariamente favorecen intereses de otros? Unos otros que no dudan en utilizar el sufrimiento ajeno en beneficio propio. Si tienes la terrible desgracia de que una de tus hijas es asesinada, siempre habrá algún malnacido con el suficiente poder político para darte un cargo y tu dolor será utilizado para endurecer el código penal. Si defiendes a una mujer de una agresión y resultas herido en el intento, si conviene, te harán héroe. Los mismos te convertirán después en villano al salirte del papel.