Fede de los Ríos
Bono, ese hombre querido por banqueros, obispos y militares
El jueves nos visitó el ex ministro de Defensa y actual presidente de las Cortes españolas José Bono. Pepe, el «hijo del alcalde falangista honrado» (a su decir) vino a homenajear a las víctimas del terrorismo invitado por UPN. Con la incontinencia verbal que le caracteriza, la que él denomina «hablar claro», lanzó improperio tras improperio contra la izquierda abertzale, de quienes dijo que no son de izquierdas ni abertzales. ¿Qué son pues corazón?
Con relación a ETA aportó una nueva definición: «Se trata de una banda en términos generales de indocumentados, ociosos, gandules que quieren vivir sin trabajar. Además de asesinos y cobardes. Lo sé por mi experiencia de ministro. No bastaba más que ver un tricornio de la Guardia Civil para que cantasen lo que sabían y lo que no sabían. Esos son los valientes, incapaces de tener la más mínima solidaridad con los demás asesinos de la banda». Analizando someramente la declaración, podemos convenir que la experiencia como ministro, paradójicamente, ha aportado al católico Bono el conocimiento de la ignorancia, la inutilidad, la pereza y la aversión hacia el trabajo como forma de ganarse el sustento.
No explica el consuegro de Raphael cómo un detenido en manos de la Guardia Civil puede «cantar lo que no sabe». En este punto su experiencia nos es negada. ¿Asistió a algún hábil interrogatorio? ¿Acaso habló con Galindo?
A pesar de su ignorancia, de su inutilidad y de su pereza, el de Albacete se ha hecho, en poco tiempo, con un capital de 6 millones de euros (1.000 millones de pesetas). Bueno, no está todo a su nombre. Al ser una familia democrática, también participan su señora y los niños. Hasta la pequeña de diez años, según dice la prensa, tiene una hipoteca de 110.000 euros.
Ante la maledicencia de los que denuncian su vertiginoso enriquecimiento, gentes de bien como Luis María Ansón, Ildefonso Ussía, Pedro J. Ramírez y varios dirigentes del PP han salido en defensa del honor de Bono. Lo indecente no es tener sino robar, han dicho.
¡Hombre! No sé qué diría Pablo Iglesias de semejante afirmación. Es una verdad empírica universal que nadie, en toda la historia de la Humanidad, se haya hecho rico trabajando. Cualquier trabajador lo sabe; lo experimenta en carne propia. Proudhon ya explicó hace ya siglo y medio que toda propiedad es robo.
Esa Constitución que, al igual que los evangelios, tanto venera el «amigo del arzobispo Cañizares» legalizó el latrocinio sobre los trabajadores que supone la economía de mercado.
Un nuevo rico que dice ser socialista y cristiano. Decía Napoleón que la religión es lo que impide a los pobres asesinar a los ricos.
Al castizo alopécico de los microinjertos le ocurre lo que a las bayas del Goji, esa especie de pequeñas pasas rojas traídas del Tíbet que resultan ser la actual purga de Benito: cuanto más se investigan sus propiedades, más aparecen.