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CRÓNICA XVI Festival de clowns de Arrigorriaga

Las payasadas internacionales ocupan Arrigorriaga entre el fuego y el agua

Malabaristas físicos de Bélgica, un divertido petardista italo-francés y un clown alemán abrieron las actuaciones del XV Festival Internacional de Clowns y Payas@s de Arrigorriaga tras una previa con globos, magia y títeres de pie.

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Carlos GIL

El festival de Arrigorriaga llega a su décimo quinta edición, con una programación bien perfilada para cumplir con unos objetivos muy remarcados para conseguir un entretenimiento familiar en las calles y plazas, seleccionando para las ofertas nocturnas, trabajos que requieren una mayor atención y en donde el proceso de comunicación está más depurado y se realiza en códigos y lenguajes mucho más elaborados, todos en clave de humor.

El jueves seis tuvo lugar una suerte de aperitivo, con la actuación de David de Bustos y sus trabajos de globoflexia y el mago Jon Zabal en el hospital de Cruces y en el Lonbo Aretoa, en una actuación restringida a invitados, Verónica González en una sesión por invitación con su especialísimo trabajo, «Teatrino dei piedi», una manera de narrar historias diversas utilizando los pies como expresión titiritera. Mundos fantásticos, que sobrecogen.

La mañana del viernes se inició con un Taller de Circo a cargo de Circ Menut en la Ikastetxe Publikoa que dejó a muchos niños ilusionados con todas las posibilidades abiertas al acercarse a esas técnicas. La lluvia llevó las actuaciones del viernes al Polideportivo, aunque el frío siguió marcando la sesión. Tres jóvenes malabaristas y acróbatas forman «Cirq'ulation Locale», una compañía belga que mezcla en su espectáculo titulado «Just another boyband» las disciplinas malabaristas junto a los momentos de fuerza física, que trabajan a pie de suelo y sobre una estructura metálica que se transforma finalmente en un mástil chino bamboleante. Mazas, antorchas, diábolos, números de fuerza mano-mano, acrobacias, música sincopada grabada para dotarle de mayor marcha. No es un espectáculo maduro, está formado por partes que no lograron fundirse con la precisión adecuada, lo que les hizo perder el ritmo general y diluirse, y la pretendida parodia o emulación de los pandilleros queda muy lejos de vislumbrarse o se sitúa en una mirada excesivamente estética.

Mucho más rotundo, más eficaz, dejando claros los rasgos de su aspecto chico malo, o al menos de travieso recalcitrante, con una comunicación mucho más directa y consiguiendo la participación del público concentrado, «Mister Bang», el autodenominado «terrorista de las risas», que se dedica a colocar petardos de baja intensidad, a echar humo en todos los objetos con los que se relaciona. Desde el más sencillo petardito que revienta una manzana hasta petardos que hacen subir varios metros las tapas de los cubos metálicos que están llenos de unos confetis que posteriormente son expulsados por una aspiradora de jardinería. Los niños disfrutan de estas simpáticas locuras y se supone que toman buena nota para futuras diversiones particulares. Relación directa con los espectadores y un escenario ordenado, con elementos preparados para todos los múltiples efectos pirotécnicos.

Gregor Wollny es un clown alemán con un personaje que se presenta cara de idiota. Juega con la cara del payaso tonto, perdedor, incapaz de hacer nada bien, pero en ese mundo donde la estupidez se convierte en un valor de comunicación logra despertar las carcajadas. Trabajo de pantomima, de creación de un personaje, de máscara limpia, donde los objetos más cotidianos se convierten en sus manos y aparentes impericias en mundos creativos increíbles. Acompañado por un músico que le proporciona en directo la base rítmica, un espacio sonoro que subraya la reiteración de emociones, tomando en momentos un protagonismo que lo lleva a ser casi un espectáculo de cabaré, la sencillez de todo el montaje es uno de sus valores más remarcables que en la coqueta Lonbo Aretoa lograba la sana diversión con el su calidad actoral y el uso de la imaginación como incentivo dramatúrgico.

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