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Iñaki LEKUONA Periodista

Unas varas de medir

 

A la vara de medir le llegó su hora hace más de doscientos años, cuando en plena Revolución francesa los académicos optaron por el metro como única unidad de longitud. Apenas un siglo después apareció otro metro muy distinto que comenzó a desplazarse por las entrañas kilométricas de metrópolis como París, ciudad de la luz, capital del amor, decorado fantástico en el que reverberan aún los gemidos desmedidos de las alcobas del Elíseo...

Incluso en Toulouse, a varios metros bajo tierra, resuenan aún en murmullos divertidos los ecos del íntimo fervor presidencial. El cachondeo sólo se interrumpe cuando los altavoces de los vagones advierten en la lengua de Molière sobre la próxima parada, anunciando alternativamente el nombre de la estación en francés y en occitano, dialecto burdo y provinciano que los azotes de las varas de avellano republicano no consiguieron exterminar del todo. Eso es lo que deben de pensar la mayoría de los usuarios que, preguntados por la iniciativa bilingüe de los gerentes del metro de Toulouse, han respondido en una encuesta que pueden meterse la lengua de Oc por el agujero del túnel. Incluso los hay que han montado un grupo en Facebook «para que el occitano se calle».

Que no se entere Patxi López, que lo mismo, pulsera gilipower en ristre, se echa la manta rojigüalda a la cabeza y se monta un grupo en Facebook del tipo «hagamos un metro hasta Castro y piras con el vascuence».

Doscientos años después, todavía no hay una única vara de medir. Y a pesar de las muchas que existen, en pleno siglo XXI, mucha tanta tecnología y mucha vaina, y todavía no hay quien haya inventado las varas que midan la desfachatez, la ignorancia o la mediocridad.

 
 
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