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Análisis | El futuro en Tailandia

Algunos intentan cerrar en falso la crisis política tailandesa

Las imágenes y las noticias que durante el mes de mayo hemos recibido desde Tailandia han echado por tierra buena parte de la propaganda oficial sobre aquel país asiático y sobre toda una serie de tópicos que buena parte de la población se había forjado en Occidente

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Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Hay quien vende que la crisis política en Tailandia ha finalizado, pero no hay que desdeñar que la sociedad haya podido tomar un rumbo diferente al tradicional: las fuerzas que buscan una transformación social han salido reforzadas y con mayor apoyo popular.

Si en ocasiones la realidad tailandesa ha estado ligada a determinados escándalos de turismo sexual y abusos de menores, la mayoría de noticias se centraban en difundir la imagen del «país de la sonrisa», sustentada en la importante presencia del budismo y donde «la armonía se impone gracias a la benevolencia del palacio real y a la generosidad de los grandes empresarios». La docilidad y la predisposición de las clases sociales más desfavorecidas completan ese cuadro idílico que se nos vende.

Sin embargo, parece que se está rompiendo ese supuesto pacto social que ha permitido que la mayoría de tailandeses hayan sido apartados durante décadas de todos los centros de poder. «La exclusión social, la marginación económica y la privación de derechos políticos» han sido los verdaderos soportes de ese falso paraíso asiático.

Cada vez es más evidente el vacío que separa al mundo rural y a los más pobres de las élites del status quo que durante tanto tiempo han manejado las riendas políticas y económicas del país, y directamente relacionado con esa realidad objetiva, no debe extrañarnos que cada día que pasa aumente el número de tailandeses que rechazan las injusticias sobre las que se asienta el sistema.

Cuando a mediados de marzo empezaron los primeros movimientos de esta última crisis eran muchos los que mostraban en Tailandia su rechazo a toda una serie de acontecimientos que ha venido condicionando la vida del país durante estos años. La toma claramente partidista del Tribunal Constitucional en 2001, el golpe de Estado del 2006, la persecución posterior durante el 2008 de los partidos políticos ligados al depuesto Thaksin y de los gobiernos de éstos, han acumulado la frustración y la ira de esos amplios sectores tailandeses que claman por el final de un sistema que claramente no les representa.

Si desde algunos medios occidentales se han querido presentar los enfrentamientos como el posicionamiento de unos y otros en torno a la figura de Thaksin, lo cierto es que en las semanas de la ocupación de la zona comercial de Bangkok por parte de los «camisas rojas», las demandas habían superado claramente esas informaciones, y los eslóganes apenas hacían referencia al exiliado político, y mostraban una apuesta por superar el statu quo.

El pacto social a la tailandesa estaba sustentado en cuatro sectores. El palacio real, donde una de las monarquía más ricas del mundo sigue amasando su fortuna a costa de la mayor parte de la población y, sobre todo, gracias a su participación en la mayoría de los sectores económicos del país y en las principales empresa de éstos; la clase empresarial, dispuesta a permitir en enriquecimiento real y de paso aumentar sus beneficios; el Ejército, que si por ley deberían estar subordinados al poder civil, su sumisión al palacio es absoluta; y finalmente, las clases desfavorecidas, que hasta hace poco se han mostrado dóciles y han dejado que los otros tres sectores sean los beneficiarios de ese pacto no escrito.

En este diseño también han tenido su importancia los actores extranjeros. Los aliados occidentales de Tailandia han permitido esa realidad en pago a los servicios y apoyos que los dirigentes tailandeses les han prestado durante muchas décadas: el apoyo a EEUU durante los conflictos en Vietnam, Laos o Camboya; la represión contra los movimientos progresistas del país, los desplazamientos de miles de personas para servir a las tropas extranjeras caracterizaron la política tailandesa durante la Guerra Fría.

Los sucesivos golpes de Estado no fueron impedimento para que Bangkok acogiera cada vez más «personal de organizaciones internacionales, ONG y agencias de prensa», todos ellos con una política de respeto y tolerancia con los abusos del sistema y de la monarquía. Los abusos sobre los derechos humanos de las minorías y de las fuerzas de izquierda, la marginación social han sido parte de este sistema antidemocrático, que ha contado con el aval occidental.

Esa conjunción de intereses han hecho que los intereses coloniales de Tailandia hayan salido reforzados, combinados con un régimen cuasi feudal que ha mantenido dominada a la mayor parte de la población. Como señala un analista local, todo ello para beneficio «de las élites dominantes, para confort de los extranjeros, de los representantes de empresas extranjeras, para el turismo sexual y para una prensa servil, a costa de la degradación de la mayoría de la sociedad tailandesa».

Tras los últimos acontecimientos, las cosas han podido adquirir un rumbo diferente. Y a pesar de que para algunosla crisis tailandesa terminó, lo cierto es que como ya ocurrió en el pasado, las revueltas populares han sido aplastadas, pero las fuerzas que abogan por una transformación social han surgido con más fuerza, con una mayor articulación organizativa y con mayor apoyo popular.

A día de hoy Tailandia es un país inmerso en importantes divisiones estructurales. La más que evidente división social, las divisiones entre el Ejército y las fuerzas policiales (no hay que olvidar que Thaksin fue oficial de las mismas y que siempre han sido consideradas como de «segunda clase»), las divisiones regionales (la mayoría de fuerzas políticas se han creado en torno a apoyos locales, con importantes desequilibrios en su representación a nivel estatal), son algunas de las grietas que pueden hacer tambalear las estructuras del país.

La polarización del país va en aumento y el futuro se presenta incierto. El objetivo de las recientes protestas es el propio sistema, como ha señalado algún observador, nos encontramos «con una dura pugna entre lo viejo y lo nuevo», entre mantener el statu quo o lograr una transformación que ponga fin a décadas de marginación.

Las divisiones dentro de la Armada, la sucesión del monarca (que no atraviesa un buen estado de salud, lo que unido a su edad, da pie a conjeturas sobre su relevo, y cuyo hijo no cuenta con el apoyo que cuenta el actual rey), los movimientos secesionistas del sur, o la reacción de la oposición política «ilegalizada» y de los sectores populares tras la brutal represión gubernamental, son otros aspectos que colocan el futuro de Tailandia en una difícil tesitura y tal vez abra las puertas para la crisis definitiva del actual sistema.

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