Mi total indiferencia por el cine de superhéroes trascendente y oscuro representado por Christopher Nolan es directamente proporcional al entusiasmo desmedido por la luminosa y colorista vía alternativa que acaba de abrir Matthew Vaughn y, aunque ambos cineastas comparten nacionalidad británica, son, en efecto, la noche y el día. Me quedo con el humor destructivo, la amoralidad perturbadora, el cinismo gamberro, la acción violenta y el ritmo enloquecido de «Kick-Ass», que es a las películas de superhéroes lo que en su momento fue el «Reservoir Dogs» tarantiniano al cine negro, todo un hallazgo de innovación narrativa dentro de un espectáculo total que mezcla los diálogos «pulp» o de cómic absurdo con el festín visual más sangriento. Nunca una historieta gráfica del rompedor autor escocés Mark Millar podía haber encontrado una adaptación a la pantalla tan independiente y tan opuesta a los convencionalismos de la industria de Hollywood, al no ser un producto apto para menores acompañados.

La demoledora creación de personajes violentos le viene a Matthew Vaughn de sus producciones de gangsters para el primer Guy Ritchie y de su impactante ópera prima «Layer Cake»; y ahora, en su paso al género fantástico, ese poso realista contribuye a dotar de una maldad tangible a los villanos de la función, incapaces, no obstante, de superar a los teóricos héroes en recursos criminales. Porque la mayor exterminadora de «Kick Ass» es una niña, una precoz asesina que viste de colegiala pero se comporta como una profesional del gatillo y las armas afiladas. Todo lo que se diga de la actriz infantil Chloë Grace Moretz es poco, y basta con admitir que se come al protagonista adolescente perfilándose como la estrella de la próxima secuela por derecho propio. La otra grata noticia es que Nicolas Cage está genial a su lado, y que la pequeña le ha servido de inspiración para recuperar su genuina locura interpretativa, también aprovechada por Werner Herzog en la reciente «Teniente corrupto».