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Crónica | Afición blanquiazul en Donostia

La hinchada deberá esperar para el trozo entero de la tarta

El fútbol mueve masas. Y la Real lo demostró. No sólo en Cádiz, ya que el sentimiento txuri urdin no sólo llegó hasta tierras andaluzas sino también desde toda Gipuzkoa. La fiesta podría ser total hoy mismo.

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Imanol CARRILLO

Hay un refrán que dice aquello de «ojos que no ven, corazón que no siente». Pero en esta ocasión esta frase clásica no se puede tener en cuenta si hablamos sobre la relación jugadores-afición de la Real.

Y con ese segundo término no se pretende hacer mención a la marea txuri urdin desplazada hasta tierras gaditanas -que también, por supuesto-, sino a los miles de seguidores blanquiazules que se agruparon en cada uno de los pueblos que forman Gipuzkoa para animar a su equipo a pesar de los 1.150 kilómetros que les separaba de sus ídolos, héroes...

Las calles de todo el herrialde guipuzcoano se tiñeron de blanquiazul, como en los mejores momentos de la historia de la Real. El ambiente de la calle guiaba directamente a los bares, donde el aficionado se transformaba en el mayor adicto al fútbol. Los cánticos de «¡Real!» retumbaban hasta llegar a Donostia, capital que no se quiso perder la ocasión para animar a los suyos.

Gente de todas clases, como niños y niñas, adultos, obreros, secretarios... se tomaron la tarde de una manera diferente para gozar junto con los suyos y para, por qué no, aparcar por un momento los problemas cotidianos.

A pesar de esas diferencias entre unos y otros, todos tenían algo en común: el sentimiento txuri urdin. Y ese sentimiento fue, precisamente, el que notaron en el corazón los jugadores realistas desde Cádiz.

Gente con la camiseta de la Real, bien la del Centenario o bien la de antaño, coloreaban el ambiente, un entorno que se vino arriba con el gol de Carlos Bueno. Entonces, un bombo, un megáfono, los gritos de la gente y un radiocasete con el himno de la Real crearon una improvisada txaranga.

Cánticos desafinados

La tensión apenas se notaba en el ambiente, porque el equipo estaba jugando bien. Entonces apareció un enemigo, aunque en estos casos se convierta en compañero. Y es que el paso de los minutos perjudicaba seriamente a las voces de los aficionados. Los cánticos se iban desafinando a causa de las cervecitas y los puros de celebración.

El hat-trick final del delantero uruguayo abría el camino del ascenso, y también el de la fiesta. Pero todavía faltaba redondear el día. Y desde el final del choque en Cádiz hasta el comienzo del partido entre Betis y Numancia se hizo desesperadamente largo.

Pero al final comenzó. Las ocasiones de ambos equipos en la primera parte subían la adrenalina a los abonados a las televisiones. En el descanso, los seguidores realistas resoplaban tranquilos con el empate a cero.

En la segunda parte, las continuas llegadas con peligro del Betis hacían prever que el festejo del ascenso se tendría que demorar, por lo menos, hasta hoy. Y así fue, ya que Pavone y Pereira marcaron los goles del triunfo de su equipo.

Sin duda, un varapalo algo menor que si se hubiese dado en otras circunstancias porque sólo queda un pasito para estar en Primera, como una afición txuri urdin que no ha abandonado a su equipo en ningún instante y esperará hasta el «momento» para celebrarlo como es debido.

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