Xabier Silveira Bertsolari
El que no quema no come
Lo peor de todo no es que seamos idiotas, es que ellos se hayan dado cuenta. Esta frase me persigue hace años pero ahora me duele más que nunca. Porque es un hecho.
Desde que los derechos son recortables, ser de izquierdas es no ser nadie. Recuerdo cómo un compañero me narró en Cuba la historia del maño listo, un maño que las pillaba al vuelo al que su padre un día le dijo: «El político de izquierdas es un político frustrado de derechas».
No vendría esto a cuento si no leyera los diarios, amenazas constantes a la paz interior de cualquier ser sensible a la estupidez ajena (y propia). La guerra de clases está de luto. Más bien bajo tierra. Que no se da, vamos. Es una invasión a la que nadie opone resistencia. Ven, mátame y déjame en paz. Otra cosa son los griegos, pero...
Empezando por el final -gajes del oficio-, y aunque no seré yo, ni viceversa, quien ponga la mano en el fuego defendiendo los derechos laborales de los funcionarios, resulta patético ver cómo intentan hacernos creer que se revelan ante el recorte salarial que sus jefes terroristas les imponen excusándose en la supuesta crisis económica. Si no hacer nada es hacer frente a la injusticia, baja la persiana al mediodía, que nos sobra toda la tarde.
Mañana y tarde, doble sesión. De huelga, digo. Una vasca y la otra española. Dos huelgas, dos días de las que ya no se acuerda nadie. Días de dura lucha, de los que nadie hablará jamás. Bueno, si acaso en las juntas de la patronal, en el turno de chistes y preguntas... Si acaso ahí se diviertan durante años recordando estos -para ellos- maravillosos años.
Aunque para maravillosos, aquellos tiempos de ERE, una mierda pinchada en un palo y te vas a casita a practicar. Tranquilo, todo corre a cargo de tu dinero, que es nuestro. Como tú, nuestro también, así como tu casa y tus sueños y tu todo. Y no te lo hemos arrebatado, nos lo has regalado. Otra cosa son los griegos, pero...
Los gobiernos regalando dinero a los banqueros, los sindicatos masajeándole la próstata al gobierno, los obreros delegando en los sindicatos y los millones de parados quietos y sin un puto duro. Y resulta que justo ahora es tiempo de paz, siglo veintiuno, tiempo de modernidad y tolerancia, tiempo de no mover un dedo, no se vayan a enfadar, que entonces sí que la hemos cagado, tía Paca. Y lo que te rondaré morena. Todavía nos han de empezar a cobrar por respirar, y nosotros que si bueno, que si vale, agachar orejas y ahorrar oxígeno, que está muy mal la cosa, ya compraré lotería de la cruz roja, a ver si me toca mi lingote. Y no es por el oro, que conste, es por ayudar a los pobres, siempre tan lejanos ellos, siempre tan negros.
Somos idiotas y se han dado cuenta. Pero la semana pasada el Club Bilderberg se reunía en Sitges para hallar solución a todos nuestros problemas. Nos darán trabajo, sí, más del que les daremos nosotros a ellos, seguro. Lejos quedaron la dignidad y el orgullo, la posibilidad de cambiar el mundo.
¿Les damos las gracias ya o esperamos a que nos revienten el ojete? Otra cosa son los griegos, pero...