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Teatro

Fiel a la peor tradición de su partido, Iñigo Urkullu se fuga de la política vasca en el preciso momento en que hay que comprometer palabra y hechos en defensa de un proyecto de emancipación. Instalado en una cómoda ambigüedad, el jelkidismo señala y aplaude al pueblo catalán en su reclamación de un Estado propio. Lo hace en el mismo día en que su presencia en Donostia podía reforzar esa opción para Euskal Herria. Pero eso sería comprometerse. Y esta vez tampoco toca.

 

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