Aunque persista la incógnita sobre cuál será la decisión final de los magistrados de la Audiencia Nacional en un juicio de corte evidentemente político, da la impresión de que la sentencia ya está escrita. Y el desarrollo de la tercera jornada de la vista vino a constatar que poco o nada importan los testimonios que se oigan en la sala o las hipotéticas pruebas que en ella se aporten. Ayer tocaba turno a los testigos de la acusación, todos ellos policías y guardias civiles que participaron en la operación contra la institución nacional vasca. De los quince llamados a declarar, sólo siete lo hicieron finalmente: las acusaciones renunciaron al testimonio del único ertzaina citado; de los restantes, uno está jubilado, otro de vacaciones, un tercero «trabajando» fuera del Estado y otros dos no se presentaron por razones «desconocidas». Sí acudió, sin embargo, un agente citado por error, ya que no guardaba relación con el caso, por lo que se marchó por donde había venido. Y los que finalmente sí prestaron declaración lo hicieron a través de videoconferencia y para decir que apenas recordaban nada del operativo que acabó con los electos abertzales procesados en la cárcel. Ninguno hizo alusión a posibles pruebas que relacionaran a Udalbiltza con ETA. Algo así como el camarote de los hermanos Marx, pero sin gota de gracia. Si tuviesen vergüenza, la suspensión de ayer no sería temporal.