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Javier Ramos Sánchez jurista

La legítima violencia (y II)

En la segunda y última entrega de su reflexión acerca de la violencia «legítima», es decir, la mayor y más desproporcionada violencia, Javier Ramos destaca la doctrina político- militar de EEUU que, según afirma, no es otra que «la utilización sistemática del terror, en todas sus variantes, contra cualquiera que ponga en entredicho su sistema de dominación imperialista y su modo de producción capitalista». Con abundantes ejemplos ilustra ese proceder que denomina puro latrocinio, y asegura que extienden el terrorismo a la población civil para evitar cualquier intento de rebelión y que, además, pretenden, y en muchas ocasiones logran, «hacer creer a esa misma población que los terroristas son `los otros', los sojuzgados, los que se rebelan, los oprimidos».

En marzo de 1970, el general Westmoreland, Jefe del Estado mayor de los EEUU, elabora un documento supersecreto en el que sugiere « ...la implicación en países en vías de desarrollo en la lucha global contra el comunismo... organizando operaciones con nombres como libertad, justicia o democracia. Sintetizando, no importa si en esos gobiernos hay demócratas o fascistas en el poder. Y si ese gobierno no quiere tomar medidas al respecto, lo harán los servicios de inteligencia militar de EEUU organizando operaciones especiales para convencer de lo contrario tanto a ese gobierno como a la opinión pública. Se organizarán operaciones violentas o no violentas, según la situación concreta».

Ésta es la doctrina político-militar de los EEUU desde, al menos, la Segunda Guerra Mundial; esto es, la utilización sistemática del terror, en todas sus variantes, contra cualquiera que ponga en entredicho su sistema de dominación imperialista y su modo de producción capitalista.

Desde entonces y desde la base militar de Fort Bragg en Carolina del norte o la «Escuela de las Américas» en Panamá, miles de oficiales eran entrenados en técnicas de tortura y terror contra la población civil que luego fueron usadas en Chile, Argentina, Paraguay, El Salvador, Guatemala, Nicaragua etc. Sólo en lo atinente a Cuba, el terror norteamericano ha costado la vida ya a 3.478 personas. Así, el 4 de marzo de 1960 la CIA hace explosionar el buque de carga francés «La Coubre» en el puerto de La Habana. Mueren 101 personas. También se han utilizado ataques bacteriológicos, explosión de aeronaves en vuelo con población civil e innumerables intentos de asesinato contra el propio jefe del Estado, Fidel Castro.

El terrorismo del imperialismo no tiene límites, ni siquiera para su propia población. No pocos analistas juzgan muy verosímil que los EEUU sabían de antemano la operación de destrucción de las Torres gemelas de Nueva York. Y dejaron hacer. De hecho, ellos crearon, armaron y entrenaron al propio Bin Laden y a sus talibanes cuando les interesó derrocar al gobierno progresista de Kabul en 1989. La razón era provocar en su propia población tal conmoción que les dejara manos libres para militarizar, bombardear e invadir cualquier país, como hicieron antes en Yugoslavia y después en Irak, Afganistán... invasiones que tenían previstas desde hace tiempo porque, sencillamente, no entendían, por ejemplo, «qué hacía nuestro petróleo bajo sus arenas» o «nuestro coltan en las selvas del Congo». Puro y simple latrocinio, como el que ahora se pretende en los yacimientos de litio en Afganistán o con el paso de sus oleoductos y gaseoductos por las ex repúblicas soviéticas de Uzbekistán, Kirgistán, Tayikistán... y toda Asia central, ricas, además, en minerales y materias primas.

El problema estructural que han tenido históricamente los movimienos de liberación nacional y social es que no han sido capaces de ser lo «suficientemente terroristas». Cargados de moralina y prejuicios, han permitido que el terror de cualquier estado imperialista acabara enmudeciéndolos. Así ocurrió en la España posfranquista. Otro gallo habría cantado si se hubiese puesto coto a tiempo a sanjurjadas y otras muestras de «amor patrio» de la soldadesca fascista. Varias generaciones de hombres y mujeres conscientes y combativos políticamente fueron, al socaire del buenismo republicano, exterminadas por el simple y puro terror, ése que ahora dicen estos «demócratas» de Paco-tilla reconvertidos del fascismo que se les hace insoportable y para el que han ideado el correspondiente adoctrinamiento en las aulas vascas. Y no es ni la millonésima parte del que ellos crearon y extendieron.

Bien dice Lorenzo Espinosa (GARA, 1 de julio de 2010) que lo único verdaderamente insoportable para la burguesía es no poder controlar la respuesta fáctica de los «vencidos». O, dicho de otro modo, no poseer el monopolio de la violencia. Desde 1789 la burguesía no ha hecho otra cosa que inventar y extender el más puro terror en cuantos pueblos ha sojuzgado por el único interés que le aprieta: la explotación de seres humanos y la de los recursos naturales. Y para este fin cualquier método es absolutamente idóneo.

Bien es verdad que, maestros en el arte de la hipocresía, jamás admiten sus crímenes. Al contrario, los imputan a sus víctimas. Franco lo hizo en el bombardeo de Gernika, atribuyéndolo a los «rojos», y los Yanquis fingieron que las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki eran «por el bien de la humanidad» y para acabar antes una guerra en la que Japón, seis días antes, ya había capitulado. Pero lo importante era comprobar los efectos de esas bombas en la población civil y, simplemente, lo hicieron. Los ingleses no fueron menos «eficaces» reduciendo a cenizas la ciudad alemana de Dresde cuando la guerra estaba acabada y no tenía ningún interés estratégico-militar.

Más sangrante aún, se permiten autoconcederse premios Nobel de la Paz en la persona de verdaderos psicópatas asesinos como Henry Kissinger, quien en 1973 promovió el golpe que costó la vida a Salvador Allende y a unos 15.000 chilenos más. En 1970 dio la orden para bombardear los pueblos de Camboya y Laos, lo que costó la vida de 350.000 civiles laosianos y 600.000 camboyanos.

Este mismo siniestro personaje, en un artículo de opinión publicado el mismo 11-S, decía que había que «erradicar de cuajo el terrorismo y todas las organizaciones terroristas» y que «los gobiernos implicados» debían pagar un precio muy alto. Seguramente no pensó un solo instante en tan bravucón aserto, pues de haberlo hecho debería haberse bombardeado a sí mismo y su país.

Resumiendo: el terror y el terrorismo son doctrina y uso común de las burguesías imperialistas desde su propia creación. El Estado español sabe mucho de esto y los GAL, BVE y otros no son cosa del pasado, como gusta ahora decir a estos piadosos pacifistas, sino muertos vivientes, zombies, que recuperan la vida cuando se les «necesita». Las investigaciones abiertas o malamente cerradas al respecto, como el caso de Basajaun o Jon Anza, ilustran bien lo que queremos decir. Las burguesías concibieron el terrorismo y lo extendieron a la población civil para paralizar y desarmar cualquier atisbo de rebelión contra su sistema de producción, y lo más terrible es que pretenden, y de hecho consiguen a menudo, hacer creer a esa misma población que los terroristas son «los otros», los sojuzgados, los que se rebelan, los oprimidos. ¡Cuánto hay que aprender de la burguesía!

Nota: los datos aportados se han obtenido del libro «La nueva política de EEUU a partir del 11-S» de Peter Franssen.

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