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Maite SOROA

La Aste Nagusia, foco revolucionario

La Aste Nagusia bilbaina ha sido noticia este año por elementos ajenos a la diversión en sí misma. Los vetos, la protesta de las comparsas, las amenazas desde el ámbito institucional...

Y ayer José María Ruiz Soroa, en «El Correo Español» le ponía la guinda a un ambiente ya enrarecido con un ataque en toda regla a las comparsas. Decía el columnista de Vocento que «no puedo dejar de sorprenderme año tras año, cuando llega la Semana Grande bilbaína, del invariable discurso que nos endilgan los representantes pasados y presentes de las comparsas (...) porque es un discurso que presenta tantas concomitancias con los más desfasados y desnortados del revolucionarismo político».

Dice Ruiz Soroa que el discurso de las comparsas está «lleno de autocomplacencia hacia una época poco menos que mítica en que se habría producido el nacimiento de algo totalmente nuevo y totalmente bueno: gracias a nosotros, nos explican antiguas glorias comparseras, surgió de pronto y de la nada una fiesta popular y participativa, una fiesta maravillosa donde el pueblo se encontró de pronto consigo mismo al margen de la despreciable oficialidad institucional». Pues resulta que es verdad. Las cosas sucedieron así, aunque al columnista no le guste reconocerlo.

Y para abundar en su guión hiper ideologizado, sentencia Ruiz Soroa que «es típico del discurso comparsero la apropiación exclusiva de la idea de pueblo, del cual serían los únicos representantes autorizados». Yo, la verdad, no he leído eso por ninguna parte, pero habrá que reconocer que las comparsas son el elemento más popular de Aste Nagusia. Más, por ejemplo, que los toros de Vista Alegre y esa jet set de chichinabo que pulula en palcos y tendidos.

Y como contrapunto, encontramos a un tal Jorge Bustos en «La Gaceta», del grupo Intereconomía, que ha viajado hasta Bilbo para sentenciar: «De lo visto sé decir que la fiesta bilbaína tiene dos protagonistas más o menos claros y opuestos: las familias, que llenan el Paseo del Arenal y las márgenes de la Ría, con sus charangas y verbenas; y el perroflautismo abertzale, que procesiona desde sus txosnas -ambiguas, cuando no proetarras directamente- tocando el djembé». Se podía haber quedado en casa.

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