«The final frontier» nuevo disco de Iron Maiden
El progreso de un clásico del heavy
Mirar hacia adelante sin dejar de ser parte de la historia. Ése es el punto en el que se encuentran los maestros de la épica, los reyes del heavy metal de toda la vida. Iron Maiden, al contrario que muchos, busca avanzar en la escala evolutiva sin quedarse anclado en la misma fórmula. «The Final Frontier» es su último intento.
Izkander FERNANDEZ | BILBO
Ciclos. Siempre se dice que el rock n' roll es un vaivén. Un tobogán que sube y baja, que va y viene. El rock británico lo fue en los setenta. No exclusivamente en cuanto a calidad, ya que cada brote tenía tanto de verde como de maleza. Pero sí en cuanto de apego a la realidad.
Tras el rock progresivo y el sinfónico, con todos sus largos y densos desarrollos, sus letras jeroglíficas y su narrativa de ciencia ficción viscosa, Inglaterra sucumbió a un ataque de ultrarealidad nunca visto hasta aquel momento. Genesis, Emerson, Lake & Palmer y Yes dejaron paso a Sex Pistols y The Clash. De la pesadez, el callejón sin salida y la falta de espontaneidad de los primeros se pasó al escupitajo rebozado en heroína, el sudor y el eco social revestido de chulería de los segundos.
Pero los punks iban rápido, casi tan rápido como el ritmo que imponía la industria. Pronto, los chavales de extrarradio que sufrían en sus propias carnes la crisis económica de la época se vieron huérfanos y lejanos a los postulados punkis. El eructo social del 77 pasó a ser una moda más, glorificada por la memoria de los presentes y los militantes periféricos.
Así, en la soledad de un dormitorio infantil de la clase obrera británica de finales de los setenta, nace el caldo de cultivo necesario para que el heavy metal y su iconografía cale hondo en la historia de la música moderna y de la cultura en general. Iron Maiden y «Eddie», su fiel mascota y protagonista de todas sus portadas, tenían el camino abierto.
Treinta años después, Iron Maiden publica su decimoquinto disco de estudio y tras numerosas oscilaciones, la banda fundadora de la Nueva Ola de Heavy Metal Británico, sigue en lo más alto de la jungla metálica.
No han importado los cambios de vocalista, las espantadas, las idas y las venidas dentro de la propia formación. Tampoco las modas de la industria han conseguido acorralar a la banda. Ni siquiera el aciago momento que el universo discográfico comenzó a sufrir a mediados de la pasada década hizo que se inmutase. Iron Maiden siempre ha encontrado el equilibrio para continuar, sumando millones de seguidores por todo el planeta y vendiendo más de 100 millones de discos como si nada ocurriese a su alrededor.
Y todo con el sudor de su frente, con su trabajo a destajo, porque si de algo no han gozado los reyes del metal pesado a lo largo de su historia ha sido del beneplácito de los grandes medios. Si ni siquiera un clásico del rock duro de toda la vida como Black Sabbath tiene el respeto de casi ningún plumilla, cómo iba a tenerlo Iron Maiden.
Desde que en 1980 publicaran «Iron Maiden», hasta su más reciente «The Final Frontier», Steve Harris y los suyos únicamente se han dedicado a hacer una cosa: ser ellos mismos. Incluso en los peores momentos de la banda, cuando su cantante más reconocido, Bruce Dickinson, dejó la formación, Iron Maiden supo seguir creyendo en su camino para mantener viva la llama.
Iron Maiden llevan inmersos en un nuevo proceso por lo menos una década. Desde que Dickinson volvió a la banda para publicar «Brand New World», en 2000, la Dama de Hierro ha buscado un nuevo sendero que fluctúa entre el legado clásico propio y guiños de apertura de miras.
Por una parte, se mantienen los elementos que hicieron grandes a Iron Maiden en los 80: épica desbordante, dramatismo explícito, potentes cabalgadas a piñón fijo y estribillos con regusto pop.
Por otra, Maiden trata de demostrar al mundo que no son un dinosaurio con las manos en los bolsillos esperando a morir de viejo mientras vive de las rentas. El problema es que lo hace con un truco de buen mago que funciona al principio, pero que, a la larga, se desgasta. Apoyarse en un discurso ligeramente progresivo parecía un tanto a favor pero, una década después de «Brand New World» y tras diversos altibajos creativos en forma de discos, el truco parece insuficiente.
«The Final Frontier» es una propuesta densa, con cortes largos y extenuantes en los que Iron Maiden van y vienen entre los planos que corresponden a su pasado remoto y a su presente basado en el pasado. Porque dotar a tus temas de elementos progresivos, alargarlos, entrar en pasajes con cierto grado de libertad para dar rienda suelta a la interpretación libre, no es nada nuevo bajo el sol, por mucho que lo sea en tu discurso musical.
Iron Maiden juegan a eso. A sonar a los Maiden de toda la vida pero dejando claro que lo hacen desde una perspectiva de 2010. No es del todo negativo. Por lo menos, resulta valiente que alguien que puede limitarse a ser una vieja gloria, quiera serlo sin renegar a obtener nuevos fans bajo una nueva/vieja fórmula.
El problema surge cuando ni la parte clásica es tan buena como la original ni los pasos en pro de un nuevo sello personal llegan tan lejos como deberían. En otras palabras: la problemática real del nuevo disco de Iron Maiden toma forma porque todo se queda a medio camino. Porque ninguna apuesta es definitiva o arriesgada. Porque a la embestida le falta la emoción que acentuaba los éxitos clásicos de la banda.
«The Final Frontier» lo abre una batería tribal, lejana y extraña al sonido Maiden. El arrebato funciona, descoloca y eso hace que el oyente se mantenga en guardia desde el primer momento. Parece que los Maiden vienen a sorprender. Pronto llegan las guitarras y ecos de la voz de Dickinson para el éxtasis. Tras esta introducción titulada «Satellite 15», llega la primera canción real y la que da el título al disco: «The Final Frontier». La impresión es irregular. Es como si nadie llegase al lugar pretendido pese a que no existe una conducta errática. Todo está en su sitio, pero es como si nadie se esforzase.
Lo siguiente es la canción elegida para el sencillo de presentación del nuevo trabajo de estudio de los británicos, «Eldorado». La sensación de que la banda se mueve por tierra de nadie sin ni siquiera quitarse las legañas sigue ahí. Dos más dos de toda la vida, puente oscuro con la voz de Dickinson como elemento catalizador y estribillo enérgico en pos de la épica. Pero tampoco. Porque llega el primer desarrollo relativamente salido de madre. Y no, ni es alocado ni es genial.
«Mother Mercy», «Coming Home» y «The Alchemist» deberían ser el núcleo accesible de «The Final Frontier», ya que las tres están por debajo de los seis minutos. Pero, pese a los buenos momentos existentes, falta garra y una actitud determinante, algo que no siembre la indiferencia de una forma tan tajante.
La segunda mitad del disco es una orgía de composiciones que superan los ocho minutos, con «Starblind» y «The Man Who Would Be King» como momentos álgidos. Lo cierto es que esta segunda mitad, la larga y densa, es la que más momentos positivos alcanza.
De hecho, las partes centrales de «Isle of Avalon» o «The Man Who Would Be King» pasan por ser lo mejor de «The Final Frontier» por su carácter tímidamente rompedor, dentro del propio discurso musical de la banda.
Pero, como con todo en este «The Final Frontier», no da la impresión de que la banda esté cerca de ninguna frontera. Suman y siguen asumiendo un riesgo mínimo, pero avanzar, al menos en el plano musical, no avanzan. Aunque eso es precisamente lo que vendan.
Su perseverancia a la hora de publicar nuevos discos los ha hecho ganar una gran cantidad de fans a lo largo de las dos últimas décadas. Combinado con las hordas de seguidores de toda la vida, dotan a la formación de una sólida base de incondicionales.
La acogida de «The Final Frontier» está siendo fría por parte del público general e incluso del especializado. Pese a todo, ha conseguido auparse al número 1 de las listas británicas, un logro que se repite por cuarta vez en la larga historia de Iron Maiden.