La verdad tras el mito de la «Consagración»
Mikel CHAMIZO
Todos los los aficionados a la música clásica saben del enorme escándalo que se produjo durante el estreno de «La consagración de la Primavera» en París, el 29 de mayo de 1913. Un altercado que terminó a puñetazo limpio y que fue alentado, supuestamente, por la provocativa modernidad de la música de Stravinsky.
Lo que no saben todos los melómanos es que esta visión de lo que ocurrió durante el estreno fue una manipulación del propio Stravinsky algunos años más tarde, coincidiendo con la edición de la partitura y en un momento en que el ruso quería difundir una imagen de sí mismo como la de un rupturista gurú de la modernidad. Cuando la «Consagración» se hizo una obra popular, los historiadores sencillamente aceptaron por buena la versión de Stravinsky sin cuestionarla demasiado, pero la realidad es que en las crónicas originales del estreno en la prensa parisiense, apenas se habla de Stravinsky ni de su música. Poco podían hablar de ella, pues con todo el barullo que se formó en el Teatro de los Campos Elíseos apenas se podía escuchar nada.
Lo que realmente indignó a la gente no fue la música, sino la coreografía de Nijinsky, un bailarín magistral pero un coreógrafo muy limitado y con escasos conocimientos de música, un lastre muy grande a la hora de tratar con una partitura de la complejidad rítmica de la «Consagración».
Nijinsky quiso realizar algo que rompiera con todas las tradiciones de la danza, pero le faltaba genialidad para lograr algo tan ambicioso y lo que obtuvo a cambio fue una coreografía mediocre y estrafalaria para los bailarines, que se perdieron repetidamente a pesar de que Nijinsky estaba gritándoles números rítmicos en ruso a viva voz desde un lateral. Otra prueba de que el escándalo no fue a causa de la música es que cuando ésta se presentó un año más tarde, también en París, en un concierto sinfónico, sin escena, cosechó tantísimo éxito que Stravinsky fue sacado a hombros del teatro.