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CRíTICA Quincena Musical

Una lección magistral de música de cámara

Mikel CHAMIZO

El Cuarteto Tokyo es un conjunto que no pude dejar de admirar durante la hora y media que duró su actuación del domingo. Se fundó hace 40 años, y aunque en alguna ocasión ha cambiado de integrantes, sigue manteniendo el mismo refinamiento y perfección camerística que en su época de mayor esplendor, cuando firmaron algunos de los discos de cuartetos de cuerda más magníficos de la historia de la discografía.
 
Uno se sorprende, primeramente, por lo bien que suenan. Cada uno de los sonidos que producen sus cuatro miembros está calculado y proyectado para que se integre a la perfección en la sonoridad general, famosa por su homogeneidad y control. Tanto control hace que muy pocas veces se suelten la melena; los pasajes en fortísimo, por ejemplo, nunca tienen un volumen excesivo. Pero, durante el resto de la pieza, consiguen que violines, viola y violonchelo se fundan y confundan con una perfección maravillosa.
 
El Tokyo llega más lejos aún con la precisión estilística. El Haydn que tocaron ya fue buenísimo, pero el “Cuarteto en la mayor” de Mozart que lo siguió desbordó tanto gusto y conocimiento de la tradición vienesa que intelectualmente no se podía pedir más. Quizá alguien echara de menos una versión un poco más efectista, pero eso ni hubiera sido oportuno ni encaja con una forma de trabajar que profundiza hasta en el más mínimo detalle. Admirables fueron, por ejemplo, sus ralentizaciones y rubatos, genialmente juguetones pero de una complejidad extrema. Y los cuatro músicos, por supuesto, los realizaban con una precisión de ordenador.
 
El “Cuarteto” de Schumann de la segunda parte fue igualmente prodigioso, lleno de cándidez y elegancia. Fue, sin duda, uno de los grandes conciertos de esta edición de Quincena que pronto llega a su fin.
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